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martes, 22 de septiembre de 2015

SÓLO DOS ALMAS

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Dicen que la vida es insoportable, es por eso que el hombre debió inventar el amor. Y al amor lo descubrí con vos. Te conocí una tarde de verano a las orillas del río Cosquín. Vos con tu guitarra en mano, cantabas una canción de los Nocheros. Escuché esa estrofa que dice: Un amor como tu me hace falta luz de luna, rocío de plata. De mis versos la sal, de la letra portavoz de mi afán de poeta.
Te miré de lejos, yo, con el mate en la mano y evadiéndome del bullicio del gentío que a esa hora completaba un paisaje al que nos tiene acostumbrados esta maravillosa ciudad. Con el grupo de amigos, hicimos el asado, nos tomamos unos vinos, y comenzó la guitarreada en la que Daniel sin una pizca de vergüenza lastimó nuestros oídos por más de dos horas. A vos te llamó la atención su desparpajo y a cada rato mirabas al grupo sin reparar en mí.
Cuando el sol comenzó a caer y el duende del vino hizo los estragos propios en cada uno de nosotros, yo me anime a acercarme a vos, tímidamente, casi con miedo ya que no sabía cual iba a ser tu reacción. Nos presentamos y cuando sentí tu mano en la mía, no pude acorralar a mi pobre corazón que como un caballo desbocado se quería salir de mi cuerpo y rendirse ante vos.
Comenzamos a hablar, y de inmediato me di cuenta que no todo estaba perdido, que quizás ese embelesamiento que me produjo tu presencia, tenía la hermosa posibilidad de concretarse en algo que hasta esos momentos no podía definir. 
Vos, oriundo de Mendoza, yo de Córdoba, pero menuda sorpresa tuve cuando me dijiste que residías en mi ciudad desde hacía más de seis años. Creo que fue en ese momento en el que descubriste algo más que mi sorpresa, y lejos de amedrentarte fuiste dándome ese espacio en el que comencé a soñar.
La luna sobre el río apareció con esa majestuosidad que no deja de sorprender por más que uno haya ido millones de veces al lugar. Pero ese río y esa luna, juntas, conforman  lo que para algunos es la noche mágica, esa que nos desata los límites y nos ahoga los llantos. La que quizás nos haga animar a dejar a nuestro corazón a la vera de sus aguas para que el genio del amor desesperado, contornee el sentir de nuestra gente.
Por culpa de este amor me convertí en pájaro, volé hasta la cima de los cielos, pensé que allí quizás encontraría el modo de decirte lo que en realidad yo estaba sintiendo. Por primera vez en la vida me anime a tanta cosa, sin embargo, no encontraba el modo de asegurarme de que fueras a recibir este sentimiento mío, con la pureza y transparencia con la que floreció.
La noche se hizo madrugada, ya casi conocíamos todo el uno del otro, nuestras vidas eran tan distintas que por un momento me asusté. Yo, gorrión enjaulado en una oficina, soportando la mirada escudriñadora de mis pares, buscando vaya a saber qué cosa y vos, ruiseñor de las estampas arrancadas de esas sierras con olor a peperina, dedicado a la música, a la cual hacías cumplidos permanentes con esa voz que más que nacida de tu garganta te salía del corazón.
¿Cómo no enamorarme entonces de esa pasión compartida que jamás pude desarrollar ya que bastante tenía con lo mío? Recuerdo haber pasado noches enteras tratando de entender esas pasiones ocultas que me ahogaban en llanto, tratando de querer cambiar la fluidez de sentimientos tan puros que no eran entendidos.  
Luego de ese primer encuentro hubo cientos, en lo que descubrimos que éramos más afines de lo que se planteó en un comienzo. Pero esa semejanza nació no de concomitancias sino de la profunda sabiduría que tuvimos para compatibilizar tu vuelo con el mío.
Tu canto te llevó a despojarte de toda atadura, cantando eras etéreo, superabas la densidad de cualquier pensamientos que coartara esa libertad a la que no estabas dispuesto a renunciar y que a mí me daba el valor del cual a veces carecen los cobardes, aunque hoy debo confesarte que más que cobardía lo mío era un profundo pudor. Un pudor sin sentido pero que allí estaba, creció conmigo y se hizo grande, probablemente era el que me impedía salir de esa jaula que por tanto tiempo encerró mis sueños.
Cuando decidí que era tiempo, grité a los cuatro vientos ese amor que se encendió con la luna a la vera del río Cosquín. Resolví que para mí, la vida no iba a ser más insoportable y que yo me aprovecharía de ese amor inventado por el hombre para poder sobrellevar los avatares que se nos presentan a la vuelta de cualquier esquina.  
El mundo se nos vino encima, millones de dedos nos señalaron queriendo hacernos entender que no era lo correcto. Recuerdo el llanto de mi madre, la desilusión de mi padre, la vergüenza de mis hermanos, ellos soñaban con que alguna vez me casara con Leonor, la hija del mejor amigo de mi padre, esa a la que quiero como a una hermana y con la que jamás me hubiera casado aun si vos no aparecías en mi vida.
El que te llamaras Roberto y yo Leonardo, hizo que el cielo se nos cayera encima haciendo que nuestro amor volara por los aires y fuera atrapado por la infinita incomprensión de los que consideran al amor patrimonio de los elegidos.
Caí como un cometa y me hice trizas, quizás pensé ser más fuerte y poder soportar el acecho de una sociedad mezquina que se jacta de haber abierto su mente, pero eso sí, siempre y cuando los hechos no los rocen.     
Creo que vi en tu mirada un atisbo de desilusión, pero al instante recogiste esos trozos que quedaban de mi alma y con una dulzura infinita trataste de reparar el daño hecho. No estaba muy seguro de si ya era tarde, si mi debilidad te había decepcionado. Me acurruqué entre tus brazos y lloré como un niño, te sentí mi padre, mi madre, mi compañero. Ahí me di cuenta de lo incondicional de tu amor y de cómo solucionabas mis torpezas.
Han pasado muchos años, la realidad sobrepasó todas las expectativas que los otros tenían de mí, y por fin llegó no diría la comprensión, sino la simple tolerancia. Los míos aún hoy no te miran a los ojos, esos que me atravesaron como la luz de la luna y que dejaron a mi corazón tan expuesto que no pude seguir negando una realidad que me venía doliendo desde largo tiempo.
Somos dos simples almas, que quizás en los comienzos de los tiempos fueron separadas por los dioses y en la tierra se produjo finalmente el encuentro. Luego del tiempo transcurrido y con la madurez que dan estos hilos de plata que de pronto aparecieron en mis sienes, te confieso que nada me ha sido fácil, que los costos que debí pagar por amarte fueron excesivamente altos, que hubieron momentos en los que flaqueé y ahí estaba tu mano sanadora para darme esa caricia que curaba mis heridas.
El tiempo se nos filtra entre los dedos, y sé que el final está cada vez más cerca, sólo le pido a Dios que si existe otra vida, aunque tenga que padecer lo soportado, te vuelva a encontrar con una guitarra en la mano, debajo de ese viejo sauce a la vera del río Cosquín y te juro que la historia se va a repetir tantas veces como vidas nos queden en esta tierra ya sea que me llame Leonardo o Luciana, porque seguiremos siendo sólo dos almas que se unen para amarse del modo más puro que al menos nosotros pudimos conocer.       

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