¿Cuántas
veces oímos maullar a una impertinente gata en celo a las tres de la mañana en
el jardín de nuestra casa? La respuesta va a depender de los años que tengamos.
Y como los míos son “chiquicientos”, diría una amiga, no por chicos sino por
eso de cientos, los escuché millones de veces.
De pequeña creía que alguien había dejado un bebé en la puerta de mi
casa y me hacía ilusiones de que yo era la heroína que lo salvaba y que ese
bebé era criado por mi familia como mi hermanito menor.
A medida que crecía, me fui dando cuenta de qué se trataba ese sonido
meloso y fastidioso, no porque mi madre me lo dijera, ya que ella “de esas
cosas” no hablaba, sino a través del cotorrerío de mis amigas que era para mí algo
así como el Libro Gordo de Petete. Para quienes no lo conocieron, se trataba de
una enciclopedia de cinco tomos que daba respuesta a “casi” todo. Mis amigas
eran ese libro, me enseñaron por largos años “casi” todo. Mi ignorancia sobre
algunas cosas de la vida era por momentos preocupante, para mí por supuesto, mi
madre siempre tenía un justificativo loable para esconder la vergüenza que me
dejó por herencia para tocar ciertos temas. Por ejemplo: en mi primer período
creí que me estaba muriendo, una escena dantesca hice en el baño de casa y mi
madre ingenuamente me contó cómo venía la mano y como corolario me dijo
"no te lo expliqué antes porque eras todavía muy chica". Pero peor
fue lo que me pasó a mí con mis hijos cuando quise darles una clase de educación
sexual, justamente para no caer en lo de mi madre. El mayor me miró como
diciéndome "vieja ridícula", la más chica no cazaba nada de lo que yo
decía, y el pobre varón del medio de tan solo nueve añitos, cuando desenrosqué
un profiláctico para explicarles su uso, me miró inocentemente y me preguntó:
¿alguna vez yo voy a llenar todo eso? Glup!!!! ahí me di cuenta que al parecer
no iba por buen camino. Di por terminada la lección al menos por ese década.
Pero así fui creciendo, uno no nace con un manual de cómo ser madre.
Volviendo a la gata, de vieja la conocí a ella y a su
morfología. El gato es una animal con el que no congenio, no sé por qué,
pero nunca me gustaron a pesar de que cuando era chica tenía uno que al menos
mi viejo amaba. Yo soy más tirando a los perros, pero eso sí, fuera de la casa.
Los atiendo como corresponde y los amo, pero cama afuera, casi como a los
novios en esta etapa de mi vida.
Es curioso
ver o mejor dicho aprender la ventaja que nos llevan en ciertos aspectos,
quizás por eso no las quiero, nacieron con coronita. Dicen que ellas tienen su
celo en la primavera, época en la que hay más luz. Definamos la palabra celo:
es el período del ciclo sexual en el que pueden recibir al macho y de este modo
procrear. Nosotras, doce veces al año, menuda diferencia.
Intentá gato
acercarte a una gatita cuando no está en este período!!!!, es capaz de arañar
hasta lastimar. O sea que la damita llega a ser fértil sin ningún tipo de
obligaciones, salvo en los períodos del celo en los que es ella la que busca al
macho para que la copule. Acá mejor me callo la boca para no herir
susceptibilidades. Porque en verdad la variedad en nuestro género es
alucinante.
Sin querer
trazar un paralelismo entre este animal y nosotras, o tal vez sí, veamos
algunas cuestiones que nos hace asemejarnos y otras que nos diferencian. Ambas
somos animales mamíferos, vivíparos y nos alimentamos de leche materna por un
cierto período.
Dicen que las
diferencias a nuestro favor, con las cuales no estoy muy de acuerdo salvo con la
primera son: el hombre es el único animal que anda erguido; es el único animal
que es capaz de pensar y progresar (mmmmmm) y por último, el único animal que
posee lenguaje (que nosotros entendamos).
Dicen también
que las fases del ciclo estral de las gatas se dividen en cuatro etapas. La
primera es el proestro, en donde ella muestra el real comportamiento del celo,
atrae al macho pero no deja que la monte. Esto me trae a la memoria imágenes
harto conocidas en el género humano, al que llamaría histeriqueo.
Mis queridas
amigas, ¿quién no ha tenido uno de estos momentos o a veces presenciar cientos
de estos particulares eventos en otras mujeres? En criollo decimos que son las
calienta pavas (las que nunca llegan a cebar un mate).
Otra etapa es
el estro. Y acá viene el problema. En esta fase, que es propiamente el celo, la
gata se deja montar sólo por quién a ella le plazca, no cualquier gatito puede
lograr los favores de la dama. Creo que acá nos mata la monogamia, ya que con
el solo hecho de ser fértiles, estar casadas y de haber jurado cumplir con el
débito conyugal a como de lugar, y que a título de justicia debamos cumplir con
eso de “actos per se aptos ad proles generationem” que significa actos aptos
para generar la prole, estamos en el horno. Creo que de allí nació el famoso
dolor de cabeza, o al menos ahí se popularizó.
La tercera es
el diestro o metaestro, que es cuando no han sido copuladas y entran en
descanso por diez días, fase de inactividad sexual rara, porque en esos días,
si les apetece, pueden dejarse atrapar por algún gatito y de ese modo ovulan
nuevamente. ¿A dónde habrá ido nuestro diestro a parar? ¿O cómo podríamos
delimitar a nuestro “estro”? tal vez cada treinta días, ¡que se yo!, a esta
altura veo que las gatas nos llevan varias cabezas de ventaja, y esperen a leer
la última etapa.
Acá viene,
agárrense de las manos como dice el Puma Rodríguez. EL ANESTRO: Período de
reposo señoras…
Y bueno, aquí
cada una sacará sus propias conclusiones. Entre el diestro y el anestro me
mataron. Me pregunto; si es que existe la reencarnación, ¿el próximo
nivel será ser gata?
Imagínense,
de la monogamia ni hablar, rogar que te toque como dueña una señora coqueta que
te vista como princesa y te de de comer como a una reina. Llegar a la adultez,
ser fértil y hacer con ese don lo que te plazca. Coquetear en la primera etapa,
poder histeriquear sin que nadie te diga ni pío, y encima ni si quiera te
llamen “irritable”, sino que te justifiquen porque estás atravesando por el
primer período del celo, pobrecita, es hormonal dirán, no más que eso, un diagnóstico
benévolo
En esta vida
inferior que llevamos las mujeres, cuando las hormonas nos comandan somos “unas
locas”, ellas simplemente están atravesando el proestro. ¡Qué ironía!
Pero ya
evolucionadas a gatas, y dentro del estro, pondremos en la vidriera a los
cientos de gatitos que atraemos con nuestro particular aroma, y de esa galería
interminable elegimos al que más nos guste, al que lógicamente desecharemos
luego de ser copuladas.
Después la
maternidad, que resulta ser tan jodida como la de la escala inferior, en eso
nos parecemos, pero como las gatas no conocen del apego, sus crías no le
traerán ningún dolor de cabeza.
Con la
tercera etapa tengo un problema existencial, así que la voy a pasar por alto,
cuando evolucione les cuento de qué se trata o cómo la podemos asemejar a
nosotras, las que esperamos la transformación.
¡Pero la
pucha!, no se imaginan cómo voy a disfrutar de la cuarta, la del descanso,
panza arriba, bajo el sol, esperando la caricia de mi coqueta dueña, que
seguramente me llevará en sus viajes de descanso a conocer lugares exóticos y
tan lejanos que me dejarán con la boca abierta. Conoceré a otras razas, capaz
que si me toca la segunda etapa me deje montar por algún gatito persa y tenga
una camada de cría deseada por las otras damas coquetas amigas de mi dueña que
las tratarán como a mí, o quizás mejor.
No se piensen
que no se me ha pasado por la cabeza no ser tan afortunada y ser simplemente
una gata de la calle, libre como el viento y zamarreada por algún gato
envalentonado que me someta al gaticidio. Lo he pensado, pero de sólo saber que
tengo mis tiempos para las ganas, las no ganas, que puedo elegir una y mil
veces, me causa un placer descomunal.
Bueno, ahora
las dejo porque tengo que ir a planchar las camisas de mi marido, hacer la
comida, preparar la ropa del colegio para los chicos, lavar a la perra, ir al
supermercado y si me sobra un tiempito, sacar el olor a meada que me dejó en el
jardín una cochina gata que seguramente estaba en celo. Ah...y luego vestirme
como una reina para cumplir con el débito conyugal.
Muuuyyy bueno Amanda, me encantó el humor que has plasmado y las comparaciones con los hermanos felinos y yo creo que todavía estás en edad de arañar algunos..no en serio magistral tu relato, un abrazo.
ResponderEliminarDecime si no es real? Y sí, algunas rasguñan. Espero el abrazo hermano!!!!!
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