Dicen que cuando uno ve una estrella fugaz debe pedir un deseo. Pocas veces he visto una, cuando lo hice pedí mi deseo y creo que después lo olvidé o sea que no les sabría decir si se cumplió o no.
Pero cuando era niña, me sucedió algo que no voy a olvidar jamás. Debo haber tenido unos ocho años y mi íntimo amigo, ese que pensé me acompañaría hasta que fuera viejita, estaba sentado junto a mí en una de esas noches de verano que parecen ser pintadas por el creador para hacernos recordar lo que son las maravillas salidas de su profundo amor por el hombre. Su nombre era Osvaldo y lo llamábamos Valdo.
Recuerdo que nuestra intención era encontrar platos voladores, lo que ahora se llaman OVNIS. Por esos tiempos hasta canciones se hicieron aludiendo a los extraterrestres, por lo que nuestras mentes infantiles estaban impregnada por deseos de encontrar a algún ser que no perteneciera a nuestro planeta y por fin descubrir cuál era su verdadera fisonomía. Versiones las había al por mayor, pero hasta donde yo supe, todas inventadas, nadie los había visto.
Recuerdo que nuestra intención era encontrar platos voladores, lo que ahora se llaman OVNIS. Por esos tiempos hasta canciones se hicieron aludiendo a los extraterrestres, por lo que nuestras mentes infantiles estaban impregnada por deseos de encontrar a algún ser que no perteneciera a nuestro planeta y por fin descubrir cuál era su verdadera fisonomía. Versiones las había al por mayor, pero hasta donde yo supe, todas inventadas, nadie los había visto.
Esa noche, por primera vez junto a Valdo vi una estrella fugaz, entonces le dije: “Pedí un deseo…rápido”. Él cerró sus enormes ojos negros y al parecer con todas las fuerzas de su corazón lo pidió. Por supuesto yo hice lo propio con el mío. Recuerdo que mis peticiones eran chiquitas, como yo, pero al parecer Valdo tenía algo grande por pedir ya que demoró un montón en abrir sus ojos y cuando lo hizo parecía estar en otro planeta.
Él era hijo único de madre viuda, siempre lo cargábamos diciéndole que se salvaría de la colimba (Servicio Militar Obligatorio en esos años), esa era una de las excepciones al reclutamiento. No conoció a su padre ya que murió cuando tenía tan solo dos meses de vida, por lo que su madre era ese pilar al que se sujetó con tanta fuerza que para él no existía un ser más importante en su vida, y yo sentía que así debía ser. Para mí, que los tenía a los dos, formaban una unidad tan importante como lo era la mamá de Valdo.
Cuando él cumplió los siete años, su madre enfermó. Por aquellos tiempos no se nos decía cuáles eran los males que aquejaban a los mayores, no sé si porque éramos chicos o porque simplemente se ocultaban, pero el caso era que esta señora no levantaba cabeza.
Era como una vela que se consumía de a poco y a quien la enfermedad no le daba tregua. Valdo sufría como jamás vi sufrir a ser humano alguno en todos los años que tengo de vida. Pero estaba claro, su madre era lo único que tenía en el mundo ya que nunca conoció a los familiares de su padre si es que los había, y su mamá había perdido unos años antes a su única hermana. De abuelos ni hablar, jamás los conoció. Era algo bastante extraño, yo siempre pensé que alguna historia rara había detrás de esa familia pequeñita como lo éramos nosotros.
Al cabo de dos años, y como por arte de magia o de algún milagro inexplicable, la señora comenzó a mejorar y cuando cumplimos diez años, ella estaba como si jamás hubiera tenido un solo problema de salud. Recuerdo que para esa fecha, festejamos juntos el cumpleaños, había pocos días de diferencia entre ambos y mi madre quiso festejar también la recuperación de Ofelia de la que se había hecho muy amiga a partir de mi amistad con Valdo.
Cuando llegó el momento de apagar las velitas, le recordé a mi amigo que debía pedir tres deseos, las velitas eran más generosas que las estrellas fugaces, uno contra tres era mucho cuando de deseos se trata. Vi en su cara un gesto especial, pareció que más que pedir daba las gracias. Entonces se me ocurrió que el deseo que le había pedido a la estrella era que su mamá se curara y al parecer se lo había concedido.
En nuestras cabecitas aún existía la magia, los sueños, por lo que todo era posible o quizás todo era posible porque lo que creíamos lo era de verdad, no dudábamos. Es muy probable que las dudas aparecieran cuando nos hicimos grandes o nos hicimos grandes porque nacieron las dudas, que sé yo, no entiendo muy bien de qué se trata ese mecanismo de crecer.
A los once años Valdo comenzó a mostrar una fatiga inexplicable para su edad y las caras de los mayores comenzaron a cambiar, se llenaron de preocupación y yo no lograba que me dijeran qué le sucedía a mi amigo.
Fui testigo de su deterioro y lo único que alcancé a escuchar cierta vez de boca de mi madre fue: “Al parecer hacía tiempo que no se sentía bien y no dijo nada, creo que ya es demasiado tarde”.
Entonces me pregunté, ¿tarde para qué?, en mi cabeza infantil, porque para aquellos tiempos uno a los once años era aún un niño, no cabían algunas palabras o si llegaban a ocupar cierto lugar, era de un modo bastante distorsionado. Qué hice entonces, olvidar lo que había escuchado de boca de mi madre y tratar de acompañar a Valdo en esa enfermedad de la que no conocía el nombre y de haberlo conocido quizás también lo hubiera querido olvidar.
Los meses pasaron y mi amigo no daba señales de mejoría, tan es así que debió dejar la escuela. Éramos compañeros de colegio y de grado, por lo que todas las tardes luego de hacer mis tareas, me iba a lo de Valdo y lo ponía al día de lo hecho en la jornada. Sus ojos iban perdiendo brillo y cada vez atendía menos a lo que yo le decía, pero siempre vi en su rostro paz y hasta diría cierto regocijo que no se condecía con su estado físico.
Ya por cumplir los doce, me animé a hablar con mamá y le pregunté qué era lo que realmente le sucedía a Valdo. Ella muy compungida me dijo que él se estaba muriendo. Esa fue la primera vez que le tomé el verdadero peso a esa terrible palabra. No supe cómo reaccionar ni qué decir, una opresión muy fuerte en el pecho no me dejaba respirar y menos hablar. Cuando pude hacerlo le pregunté a mi madre por qué Valdo iba a morir. De ese modo aprendí el nombre de una de las enfermedades más crueles que puedan existir en esta vida, él tenía leucemia y el caso era terminal. Sentí que el mundo se me venía encima, que lo que estaba pasando era lo más injusto de lo que yo había sido testigo en mi corta existencia.
Corrí a lo de Valdo, necesitaba sujetarlo a este mundo a como diera lugar. Allí estaba él, con una sentencia a punto de cumplirse y yo usando todos los deseos que me quedaban por pedir en la vida, solo quería una cosa, que él no muriera. Le rogué a Dios, a la Virgen y a cuanto Santo conocía para que esa sentencia no se cumpliera. Todavía tenía corazón de niña, por lo que creí que si mi deseo era muy pero muy fuerte Valdo se curaría.
Recuerdo haber pasado noches enteras mirando al cielo en busca de estrellas fugaces, necesitaba que hicieran el milagro que habían hecho con la madre de Valdo, pero él no me dio tiempo a encontrar a ninguna.
Una noche, desesperada, lo visité y él me dijo que no me preocupara más, evidentemente había advertido mi desconsuelo.
––Cómo no me voy a preocupar, si te estás yendo y encima parece que eso te pone feliz, le dije muy enojada.
––Pelusa, me contestó con una voz que parecía venir de otro mundo, ¿te acordás cuando vimos la estrella fugaz y vos me dijiste que pidiera un deseo? Bueno, mi deseo fue que mi madre se curara y a cambio ofrendé mi vida, y cuando pasaba el tiempo y yo seguía vivo, pensé que mi madre volvería a enfermar.
––¿Es por eso que no dijiste nada cuando comenzaste a sentirte mal?
––Sí, no podía seguir viviendo a costa de mi madre, las ofrendas deben ser cumplidas y si yo hablaba quizás me curaran y eso no debía ser así.
Valdo partió al mes y fue entonces cuando comenzaron a mezclarse todas las cosas en mi cabeza. Ahí fue cuando me hice grande y comencé a amontonar pérdidas. Los deseos los había agotado con Valdo, solo me quedó la esperanza de encontrarlo en alguna estrella y poder decirle que todo su sacrificio fue en vano, ya que ni las velitas ni los cometas cumplen deseos, que eso es solo fruto de las mentes infantiles.
No he vuelto a buscar una estrella fugaz y espero no encontrarla jamás, tal vez porque en cierta forma me siento responsable por haber metido en la cabeza de Valdo una fantasía que quizás lo llevó a la muerte.
Un hermoso viaje en el tiempo y una historia que para los que lo conocimos a "Valdo" hace que se escape un lagrimón solo de recordar tan entrañable y angelical persona como él lo era y porque no decir lo que siento y es que para mí él era de otro planeta...el plan
ResponderEliminarAsí es hermano, era un ser de otra galaxia, amigo entrañable y la persona más sana y recta que yo haya conocido después de papá. Gracias y un abrazo y beso gigantes.
EliminarAsí es hermano, era un ser de otra galaxia, amigo entrañable y la persona más sana y recta que yo haya conocido después de papá. Gracias y un abrazo y beso gigantes.
EliminarHola Negra querida! como siempre, emocionante tu cuento.Puede ser que hayas escrito algo sobre ese niño en otra oportunidad? o es que yo me creo tanto tus historias que los personajes cobran vida. Abrazo. María Elena
ResponderEliminarAmiga, tu memoria está intacta. A este cuento lo escribí hace mucho y lo reviví. Así que quedate tranquila que el cerebro funciona de diez y la memoria ni te cuento. Besos y gracias.
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