Samuel es uno de esos personajes intemporales que despiertan miles de fantasías. Dice mi padre que lo conoce desde que era chico, y que el transcurso del tiempo no lo ha cambiado, al parecer esa cara llena de surcos la acarrea vaya a saber desde cuándo.
Tiene una mirada lejana, de esas que rompen el calendario, nadie le conoce la edad y no creo que eso importe tanto. Es de poco hablar, pero cuando lo hace, no le sobra ni una palabra. No sabemos en dónde vive, a veces aparece tras algún vagón abandonado del Mitre, otras en la plaza del barrio, y hasta lo hemos visto dormir en la explanada de la Iglesia de Nuestra Señora.
Cuando yo tenía catorce años, volviendo del colegio, pasé por la plaza y lo vi sentado en uno de sus bancos, parecía tener la mirada concentrada en un añejo jacarandá que estaba cubierto de flores. Me senté a su lado y miré para ver si descubría qué era lo que tanto le llamaba la atención, pensé primero que un pájaro estaría posado en alguna rama. No vi nada más que el árbol, no había pájaro ni nada que le pudiera despertar tanta curiosidad.
Luego de una hora, y al ver que casi ni pestañeaba, le pregunté:
––¿Se siente bien Samuel?
––Sí niña, ¿por qué lo preguntas?
––Es que hace una hora que lo veo mirando al árbol, me llamó la atención, nada más que eso.
––Antes de que tu llegaras, en ese árbol había un ángel, estoy esperando para ver si vuelve.
––Yo nunca he visto a un ángel.
––Yo tampoco, es la primera vez.
––¿Y cómo sabe entonces que era un ángel?
––Era igual al de las estampas religiosas, y te aseguro que no era un pájaro.
––¿Le puedo hacer una pregunta?
––La que quieras.
––Mi padre dice que usted siempre fue viejo, él lo conoció de chico y desde entonces no ha cambiado. ¿Qué edad tiene?
––Lo que pasa es que ustedes los jóvenes, a los adultos siempre nos ven viejos. Tú dirás que la maestra es vieja, que la directora es vieja, que tu padre incluso es viejo. Y respecto de mi edad, no lo recuerdo, pero tengo muchos años, más de los que quisiera.
––Pero lo extraño es que dice mi papá que usted no ha cambiado, no es que esté más viejo, sigue igual a cuando él era un joven.
––Pues dile a tu padre que gracias, ya que se ve que para él, a mí no me pasa el tiempo.
Lo saludé y partí para mi casa. Le comenté a mi madre la conversación mantenida con Samuel y ella me dijo que él estaba loco, que tratara de no acercarme ya que nadie sabía que clase de persona era.
Con ese prejuicio crecí y cuando tuve la edad de no dar cuenta por mis actos, me acerqué nuevamente a Samuel, esta vez en la explanada de la Iglesia. Allí estaba dándole de comer a una paloma con el ala rota, la pobrecita no podía volar ni moverse del lugar. Él me contó que unos niños jugando en la plaza la lastimaron sin querer y que desde entonces se ocupaba de darle de comer.
––Samuel, usted cuando yo era una niña me dijo que había visto en la rama del jacarandá de la plaza a un ángel, ¿ha vuelto a ver a algún otro?
––Yo no ¿y tú?
––Jamás vi a un ángel.
––Sí vi otra cosa…
––Cuénteme, ¿qué vio?
––Creo que a de Nuestra Señora.
––¿En dónde?
––Sentada acá a mi lado, observándome cómo le daba de comer a la paloma.
Era muy probable que mi madre estuviera en lo cierto, el hombre estaba totalmente loco. Primero un ángel y luego a Nuestra Señora.
Pasados algunos años, luego de tener a mi primer hijo, a más de constatar que mi padre tuvo razón cuando me dijo que Samuel permanecía inalterable a pesar del tiempo, llevé al niño a jugar a la plaza, tendría unos seis años aproximadamente. Mientras lo observaba jugar sonó mi celular, era del hospital, me avisaban que mi madre estaba internada y en grave estado. Fue tal mi desesperación, que paré al primer taxi que pasó y me dirigí al centro médico. Al llegar ya estaba papá y cuando me preguntó por Tomás, recién me di cuenta que lo había dejado solo en la plaza.
Si bien el barrio es tranquilo, con todo lo que estaba pasando últimamente en la ciudad, entré en estado de pánico. Salí corriendo a la calle y tomé otro taxi que me llevó a la plaza. Busqué a Tomás por todos lados y no lo pude encontrar. Fui a casa para ver si estaba allí y tampoco lo hallé.
Mientras estábamos en la plaza, vi a Samuel dando vueltas por la zona, de inmediato salí a buscarlo por los lugares en los que suele andar para preguntarle si había visto a mi hijo. Lo busqué por el vagón y no estaba, salí corriendo hacia la Iglesia y sentado en uno de los escalones que da a la explanada estaba él y mi hijo al lado.
Detuve mi paso porque los vi hablando de un modo que me llamó la atención. Tomás es hipoacúsico y si bien sabe leer perfectamente los labios y habla con cierta dificultad pero se hace entender, ellos parecían hacerlo con total normalidad.
Me quedé a unos metros, ellos no me podían ver, estaban platicando de modo tal, que podría haber pasado un ejército por sus narices y ellos no se darían cuenta. Luego de una media hora, me acerqué, Samuel al verme se levantó y se despidió de Tomás. Me acerqué a mi hijo y le pregunté de qué están hablando. Tomás me respondió con toda naturalidad que hablaban sobre Nuestra Señora. Comencé a preocuparme ya que no quería que el niño se confundiera con las cosas que supuestamente decía ver Samuel, entonces le pregunté:
––¿Entraron a la Iglesia ?
––No, cuando no te encontré lo vi a Samuel con una señora muy hermosa a su lado y me les acerqué. Los tres nos pusimos a hablar. ¿A dónde estabas?
––Perdóname Tomás, a la abuela la internaron y te juro que salí corriendo para el hospital y al llegar me di cuenta que habías quedado en el parque.
––No te preocupes, entre Samuel y la señora me dijeron que me cuidarían hasta que tu llegaras a buscarme.
––¿Y quién era la señora?
––Samuel me dijo que era la Virgen María , ella entró para la misa de las seis y él se quedó acompañándome.
––Entremos a la Iglesia y me muestras a esa señora.
La misa estaba por terminar, Tomás me tomó de la mano y me llevó directo a la imagen de la Virgen que está colocada a la derecha del altar.
––Tomás esa es una imagen, no una persona.
––De eso hablábamos con Samuel, él dice que no todos la pueden ver. Al principio no me cría que yo la estaba viendo pero cuando se la describí y ella le dijo que yo también la podía ver, él me creyó. Samuel una vez vio a un ángel, ¿lo sabías?
––Algo me comentó cuando era niña.
––Mamá, entremos a la Iglesia que le voy a pedir a la señora que cure a la abuela.
––Señora, soy Tomás, el amigo de Samuel, ahora estoy con mi mamá que quizás no la pueda ver, pero yo sí la veo y quiero pedirle un favor, mi abuela está enferma, ¿usted podría pedirle a Dios que la cure?
Se quedó frente a la imagen diez minutos y luego me dijo:
––La señora dice que no te preocupes que la abuela se va a curar.
––Tomás yo no escuché que la Virgen te dijera nada, me parece que te estás confundiendo.
––Ya te lo dije mami, no todos la pueden ver y escuchar. Para eso hay que ser, según me lo dijo Samuel, o un niño o un sabio.
––¡Ahora me vas a decir que Samuel es un sabio! Porque un niño evidentemente no es.
––No te fijes en su cara mami, él es un niño sabio y dice que yo también lo soy.
Dicen que los niños ven cosas que escapan a los ojos de los adultos y también que hay adultos que tienen corazón de niños.
Regresamos al hospital y mi madre seguía grave, pero con el transcurso de los días su mejoría fue llamativa, ni los médicos se explicaban su recuperación, ya que su edad conspiraba contra los pronósticos más alentadores. Al mes, mamá estaba en casa totalmente recuperada.
Me hice un tiempo y fui a visitar a Samuel, ahí estaba, dándole de comer a la paloma y hablando solo, entonces me pregunté si en realidad hablaba solo o con alguien a quien los adultos que no somos niños ni sabios podíamos ver.
Bueno después de un tiempo retirado de la lectura de tu blog (por motivos que conces) estoy de vuelta y cuando abrí el blog me encontré con ésta joya y que me tocó muy especialmente. Me sentí muy identificado con Samuel, simplemente porque llevo guardado dentro mío circunstancias muy similares a las de él pero que son muy difíciles de contar, quizás por éso que no lo crean a uno un loco o algo peor, bueno quizás algún día haya algun niño que me quiera escuchar, gracias Amanda por tan hermosa historia, abrazos.
ResponderEliminarTodos tenemos un poco de locos dentro nuestro y es lo que nos hace sobrellevar a veces la pesada realidad. A ese loco no nos animamos a mostrarlo, y está bien, hay que protegerlo de la "cordura" de los que tienen el dedo índice pronto y listo para señalarte. Entiendo de un modo cabal tus sentimientos y no faltará ese niño que te escuche y que tenga esa cuotita de locura que nos hace sobrevivir. Un abrazo hermano!!!
ResponderEliminar