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Un blog que pretende inspirar a los que creen que no se puede.

jueves, 15 de octubre de 2015

BUSCANDO UN NUEVO LIBRETO PARA MI VIDA

                                      
En una reunión de no más de veinte personas, a la que caí de un modo tan extraño como accidental, me contaron sobre un sitio en Internet para hacer amigos. Una ex compañera de colegio, me había invitado a cenar, cuando fue reclamada por una amiga a una despedida de soltera. Al parecer lo habían hecho con la debida antelación pero ella no recibió nunca el mensaje de texto en su celular. No quería ir sola, entonces me sumó al convite y allá fuimos.
Un grupo de hermosas veteranas despedían a una que iba por el tercer matrimonio y con la ilusión del primero. Yo la miré con algo de desconcierto ya que animarse a probar otra vez, era realmente de una valentía pocas veces vista, al menos para mí.
Fui integrada con una naturalidad que sólo la dan los años y el estar más allá de todo. La noche fue maravillosa y hubo un par de mujeres que no me abandonaron en toda la velada. Una de ellas se llamaba Verónica y fue la que me dio esa dirección de chat que creí jamás me animaría a usar. Una noche, una de esas tantas en las que queriéndome olvidar del día me ponía frente a la computadora tratando de leer las noticias que no hacían más que sumarme amarguras, me fui al sitio del chat y se abrió para mí un mundo desconocido y sorprendente. Me pidieron un nick y entonces en el Google busqué qué quería decir esa palabra. Fantástico, era nada más que un sobrenombre, así que me inventé uno, era Amy.
Ni bien entré, muchos de los asistentes al sitio comenzaron a saludarme y a querer chartear conmigo. Juro que me mareé y decidí elegir a uno, a ese que me parecía era el más compatible conmigo. Entonces comenzaron las preguntas, en dónde trabajás, cómo sos, en qué ciudad vivís, etc., etc. Como no pensaba dar mis datos a un desconocido, mentí sobre todo lo que me preguntaba, después me enteré que eso era lo más común, pero como yo jamás lo hacía, al principio me costó. Comenzamos a chatear en forma privada y me di cuenta que se trataba de una persona interesante. Debo reconocer que no es demasiado confiable alguien que hace amigos a través de ese medio, pero bueno, quería probar para ver de qué se trataba. Yo me consideraba una persona confiable y lo estaba haciendo, así que le di el beneficio de la duda. Me sorprendí cuando me di cuenta de que cada charla mantenida se hacía más profunda. Las horas del día se hacían larguísimas hasta que llegaba la de la cita, que siempre era a las doce de la noche.
Después de dos meses los dos nos confiamos algunas mentirillas, y nos dimos cuenta que vivíamos en la misma ciudad. Qué casualidad me dije, ya que si bien había entrado a un sitio de gente argentina, jamás pensé que este hombre fuera de mi ciudad. Se llamaba Sebastián, escribía poemas, hacía reflexiones que me impactaban, veía la vida de un modo bastante particular, era al parecer un bohemio. Su lectura era de alto vuelo, de política sabía un montón, al parecer un excelente cocinero, y un detalle que definitivamente me cautivó, y como corolario, amaba a Serrat, mi ídolo.
Nos comenzamos a comunicar en el mes de enero del dos mil once y lo hicimos todas las noches durante el mes de febrero, a comienzos de marzo no lo encontré más en el sitio, al menos con el nick que solía usar.
A pesar de no encontrarlo y de no saber qué había pasado, lo seguí buscando por semanas sin querer hacer contacto con nadie más.
Una noche, casi por casualidad, ya que recurrí a ese lugar porque se me había frustrado una salida con amigas, encontré a un personaje que a pesar de tener otro nick me hizo recordarlo. Entonces con otro nombre volví a entrar al sitio, esta vez mi nick era Paloma y enseguida recibí de él la bienvenida. Pasada una semana comenzamos a escribirnos en forma privada y casi tuve la certeza de que se trataba de la misma persona. Sin embargo yo no lo mencioné y así comenzó nuevamente el diálogo con el ahora José Luis.
Teníamos gustos parecidos, leímos los mismos libros, escuchamos la misma música, pero yo quizás para no perderlo de vista nuevamente, cambié la retórica, por pura vanidad nomás, le dije que tenía treinta y cinco años, que era alta, rubia, de ojos verdes, arquitecta y que me gustaba el tango y también los boleros, no me hice más joven porque saltaba a la legua que él no lo era. Nos pasamos chateando más de tres meses.
Sólo Dios y yo sabemos lo acompañada que me sentí en ese tiempo. Él entendía cada cosa que yo le decía, no hacían faltas las explicaciones, coincidíamos hasta en los más pequeños detalles de la vida. Llegó un momento en el que se superaron mis mentiras, ya que ni mi edad prefabricada, ni mi belleza inventada fueron importantes en esas largas charlas en las que los dos sentíamos que llenábamos esos espacios que evidentemente permanecieron por demasiado tiempo vacíos. Así como yo le mentí, no me cabía la menor duda de que él también lo hacía, y sí que se le notaba, quizás tanto como a mí, ya que al parecer éramos de esos novatos que probábamos una nueva tecnología que nos atrapaba por misteriosa y porqué no, para matar el tiempo. Nunca me animé a preguntarle la edad ni su aspecto físico, y a él eso no pereció importarle porque jamás mencionó ninguna de las dos cosas. Creo que eso me bastó para darme cuenta que era algo que, o no le importaba demasiado o no estaba dispuesto a confesar.
Traté por todos los medios de que no se diera cuenta de que era yo la que escribía, siempre pensando que se trataba de "Sebastián", entonces tuve que armar historias que anotaba en un cuaderno para no contradecirme en la siguiente charla. Por momentos tuve un gran cargo de conciencia, pero después me dije que si todo en esos espacios eran una mentira, jamás se enteraría.
Llegó un día en el que insistentemente pidió conocerme y la verdad es que justamente ese día yo estaba con las defensas bajas, acababa de salir mi sentencia de divorcio con el padre de mis hijos y eso me dolía. Sin pensarlo demasiado le dije que sí. Fijamos día y hora y para conocernos. Él, llevaría puesto un saco color marrón y tendría un libro en la mano. Yo un pantalón negro, una chaqueta de cuero y mi cabello tomado con una cinta roja.
Era el atardecer y a esa hora el parque estaba colmado de gente corriendo, otros patinando, muchos en bicicleta y algunos tomando mate sobre el césped que estaba en todo su esplendor. El lugar acordado era el cuarto banco contado desde la nueva fuente, casi imposible de desencontrarnos, incluso si alguno de los dos no iba con lo acordado. Justamente fui yo la que rompió lo convenido, simplemente porque a último momento me dio un miedo atroz, no sabía con quién me iba a encontrar y de ese modo yo a él lo reconocería y decidiría si me presentaba u olvidaba todo lo sucedido en esos  meses. Afloró el prejuicio, ese que me hizo cometer muchos errores, pero no lo podía superar.
Entré por una callecita de tierra que daba al lugar acordado y allí lo vi, sentado con su libro en las manos, Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, obra que yo adoraba y que regalé a toda mi familia. Parecía tener mil años y una tristeza que lo brotaba por los poros, esa que pesa y que desgarra.
Me senté a su lado y le pregunté –¿qué hacés acá?–, y él me contestó, –te estaba esperando–. Después me dijo que la soledad lo hizo entrar en esos sitios y simplemente hablar con la gente ya que no tenía con quien hacerlo. La mayoría de sus amigos ya no estaban. Me explicó que nunca chateaba con la misma persona por más de dos o tres meses, tenía miedo a las pérdidas, pero cuando se encontró conmigo no le fue difícil darse cuenta que era yo la que escribía, no podían haber tantas coincidencias, y para sacarse definitivamente la duda me citó, y agregó –encima tu nick era Paloma–. Dijo que en un comienzo lo desorienté con mis mentiras, pero ni bien la conversación se profundizaba, se decía, –es mi hija y se siente muy sola–. Le pregunté si era "Sebastián" y me dijo que no, que jamás había usado ese nombre. A los dos se nos llenaron los ojos de lágrimas y nos abrazamos como lo hicimos toda la vida desde que yo tengo memoria.
Lo que nos sucede es que a veces, al formar nuestro hogar o al dejar simplemente el de nuestros padres, nos olvidamos de esos amigos incondicionales, les ofrecemos de todo menos un poquito de tiempo, sin pensar que ellos es a lo único que aspiran. 
Entonces me di cuenta que eran esos los brazos los que yo anduve necesitando desde que mi vida comenzó a derrumbarse. Y creo que él también en ese abrazo se dio cuenta que yo era su bálsamo desde el día que murió mamá. De niña él me llamaba Paloma.Nos levantamos y caminamos en silencio, habíamos encontrado esa compañía que tanto necesitábamos y que estaba a nuestro alcance. Fue ese día en el que los dos nos dimos cuenta de que ya no era necesaria la computadora para llenar esos vacíos que se van abriendo a lo largo de la vida. Pero también me hizo reflexionar sobre los estragos que la soledad puede hacer en nosotros y de lo poco que a veces estamos dispuestos a darle batalla. No sé muy bien si vacío y soledad son sinónimos, pero mi padre llenó ese vacío y les juro que en mí desapareció la soledad.  
Lo triste es que duró poco, papá falleció al año y yo me quedé con ese sabor amargo que da el tiempo perdido. Mi soledad volvió a reflotar y no encontraba los argumentos para explicarle a mis hijos que el alejamiento progresivo dejaba huellas irreparables de ambos lados. Entonces me pregunté si debía resignarme a ello o por el contrario buscar el modo de matar las ausencias por mis propios medios. 
Es el día de hoy que busco el modo, no lo he encontrado pero sigo luchando para que el final de mis días no sea recurriendo nuevamete al chat.      

2 comentarios:

  1. Gran maestro la soledad!! siempre nos hace buscar mas por dentro que por fuera y casi siempre como resultado es el reencuentro con nuestra esencia divina. Gracias Amanda por el recordatorio, excelente!

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  2. Gracias Shoin. A veces la soledad es tan dura que te sacude para que entiendas, si eso te ayudó a recordar, misión cumplida. Un abrazo y hasta muy pronto!!!!

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