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Un blog que pretende inspirar a los que creen que no se puede.

miércoles, 28 de octubre de 2015

LA SOLEDAD...MI AMIGA

                                            
Eterna soledad, mi dulce compañía, un día silenciosamente golpeaste la puerta de mi vida y te instalaste muy oronda con la absoluta decisión de no abandonarme jamás. Intenté de mil maneras ignorarte, traté de cerrar mis ojos ante tu presencia, procuré con mucho ruido ensordecer tu tibio murmullo cotidiano y sólo logré que tu presencia se fuera integrando a mi alma quedamente, así como llegaste.
Aletargada y a veces remolona, me mirabas como haciéndome entender que esperarías el tiempo que fuera necesario para que yo me diera cuenta que eras mi única e incondicional amiga.
Pasaron por mi vida cientos de personas, muchas de ellas por mi sangre unidas, tocaron a mi alma decenas de otras almas, permanecieron el tiempo necesario y luego partieron en busca de otros  rumbos.
Cada partida dolía demasiado, pero algo debo reconocer, siempre, al volver a casa, estabas tú, con los brazos extendidos esperando para acogerme y tratar de alguna forma, hacerme entender que nunca me faltarías, que tu presencia era incondicional y sempiterna.
Un día inocentemente te pregunté si no tenías a más nadie para acompañar, quizás con la secreta  ilusión de que al fin me abandonaras. Tú, con esa mirada sabia que te caracteriza, me dijiste que cada soledad tiene sólo una amiga y que tú eras la mía. Pero algo peor me confesaste, que yo era la tuya, y que en cierto modo me pertenecías.
Desesperada pensé en esa paradoja, auto-contradicción que estalló en mis oídos y que casi hace que replanteara mi existencia. Esos eran los momentos precisos en los que creía estar perdiendo la cordura.     
Hubo mañanas en las que me despertaba y parecía que ya no estabas, trataba de no ver demasiado a mi alrededor, tenía temor de encontrarte agazapada en algún rincón queriendo sorprenderme, pero con el transcurso de las horas, siempre aparecías.
En momentos complicados, en tiempos en los que debía tomar alguna determinación importante, cuando me sacudía el dolor, cuando alguno de los de mi sangre me hacía reclamos a los que con  mi humanidad ya no podía responder, ahí estabas.
En tiempos en los que mi alma se desgarraba en jirones, tu presencia se hacía  poderosa. Muchos veces, cuando la mismísima felicidad llenó mi vida, te replegabas, te hacías chiquita, pero me mirabas como haciéndome entender que todo pasaría y que cuando eso sucediera, tu estarías allí, tratando de curar mis heridas.
Pasaron muchos años, muchas cosas, las dos crecimos más juntas de lo que yo hubiera deseado. Por momentos pensaba que la vida por algún error incomprensible te había puesto a mi lado, y muchas veces también pensé, a pesar de comprender que eso era la antípoda de lo que yo consideraba razonable, si no era yo la soledad que a ti te hacía compañía.
¡Cuántas veces jugué a cambiar los roles!, entonces te buscaba, tan sólo para molestarte, quería ser para ti lo que tú eras para mí, pero la diferencia residía en que tú siempre me recibías con infinito amor, cosa que jamás yo pude hacer contigo.
Muchas veces traté de definirte, y sin darme cuenta me estaba definiendo. Hubo días en los que creí enloquecer tratando de saber quien realmente era yo y quien eras tú. Una extraña simbiosis comenzaba a gestarse, y silente ganaba con cada minuto un espacio firme que iba determinando la naturaleza exacta de nuestra eterna unión.
Si la soledad es la falta de compañía, cómo debía llamarte si siempre te tenía, o cómo me llamaba yo si siempre fui tu amiga.
Amiga fiel, incondicional, paciente, silenciosa, inteligente, hablabas cuando debías hacerlo y callabas cuando necesitaba del silencio. Siempre estabas a mi lado, jamás adelante ni atrás, caminábamos al mismo ritmo, parábamos en el mismo lugar, hasta creo que nos gustaban las mismas cosas.
Muchas veces obsecuente, otras, contestataria, pero cada cosa que decías, era a su debido tiempo. Si yo dormía, dormías, si me iba, me esperabas, si regresaba, sonreías, si lloraba me calmabas. Debieron pasar miles de años para que al fin pudiera comprender, que nadie más que tú, acunaría  los largos silencios de mi alma.

2 comentarios:

  1. La soledad es un gran maestro que llevamos dentro desde que nacemos y que aparece cada vez que necesitamos despertar y que nos hace notar más su presencia en el momento de partir, curiosamente solemos asociarlo con el dolor y la tristeza, elementos indispensables de la vida para descubrirnos a cada instante. Como siempre Amanda deleitando con tus relatos, con maestría, sensibilidad, gracias otra vez y no te detengas!

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  2. Así es, a veces sumisa, a veces insoportable, pero siempre está allí, agazapada esperando acompañarnos, es por eso que ella es mi amiga!!! Gracias hermano.

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