No busques en mí a la de ayer, soy la de hoy, con mi cuerpo lleno de recuerdos del pasado, mi corazón repleto de memorias deslucidas y mi mente intentando retener lo que me queda. Si bien las heridas del ayer ya se han curado, quedaron como recordatorio demasiadas cicatrices.
Ya di vuelta la esquina de mi vida, esa que marca el preciso momento en el que los placeres mutan en necesidades imperiosas para seguir viviendo. Necesidad de que nos necesiten, de que nos escuchen, de que nos dejen hablar, aunque más no sea de vez en cuando, de que nos dejen transcurrir este nuevo modo de concebir la existencia luego de haber caminado por siglos nuestra vida y la de los nuestros.
No es cansancio, es sólo otra necesidad, la de esa paz constante, sin sobresaltos, que no se confunde con la monotonía sino que es sinónimo de una armonía que al menos yo no conseguí en ese largo camino recorrido.
No es cansancio, es sólo otra necesidad, la de esa paz constante, sin sobresaltos, que no se confunde con la monotonía sino que es sinónimo de una armonía que al menos yo no conseguí en ese largo camino recorrido.
No busques en mí a la de ayer, soy la de hoy, con las mismas manos pero con distintas percepciones, con los ojos del color de todos aquellos que vivimos esta etapa, ese que es indefinido o definido por el tiempo.
Peino canas que tapo con colores, pero que sé que están por debajo de esa paleta de matices que me hacen ingenuamente creer que el tiempo pasa más lento de lo que en realidad transcurre.
Se fueron demasiados años, en ellos invertí mi vida, mis sueños, mis anhelos y mis esperanzas, y hoy parada frente al espejo, veo detrás de mí la obra, esa que desborda mis emociones porque fue forjada con mis manos, manos que no son las de hoy, sino las de ayer y como ya no son las mismas, gozo de ella sin temor a dejar de ser humilde.
No puedo ser la de ayer, soy la de hoy, la que viste soledades y transita por fangales que pretenden tragarme pero a los que le doy batalla, será por eso que mis huesos duelen, que casi no duermo, que el tiempo se acorta, que la beligerancia es dura justo en un tiempo en el que debería ser todo distinto, en donde debiera reinar la concordia, florecer la paz, en el que no deberían sobrar los silencios ni escasearar los uniones.
Mis pasos se han vuelto lentos, pero como mis ojos no son los de ayer, sino los de hoy, puedo apreciar al instante con la intensidad de un largo y fructífero momento. Mirar una flor sin sentir que estoy perdiendo el tiempo, porque el tiempo ya pasó, dejándome a la orilla del camino para poder ver pasar a ese circo del que formé parte hace casi un siglo.
La de ayer tenía todo por hacer, la de hoy se encuentra con que a todo lo ha hecho, miro para adelante y veo el pasado, y siento que a mis espaldas se esconde un futuro tan incierto como lo es para todos en cualquier etapa de la vida y entonces me pregunto, ¿existe el presente?, ¿qué es el presente?. Algunos lo defines como la intersección entre el pasado y el futuro, o sea que no existe. Quizás sea por eso que a medida que los años arremeten, nos anclamos a lo único real, el pasado.
No soy la de ayer, soy la de hoy, mis movimientos se han vuelto torpes, casi como los de un niño, es por eso que mis tropiezos son casi constantes y mis caídas irremediables. Lo triste del caso es que no tengo la mano de mi madre que me levante, sino el grito espantado diciendo “mamá cuídate”.
Soy la que transita las tempestades sin un palenque a donde arrimarse para poder amarrar la vida y así los vientos no me la arrasen. Pasan los días y siento mermas, pero nunca de soledades, esas procrean a sus hermanas, que se instalaron en mis pesares. Hoy tengo mucho, más no bastante, me faltan sueños, y sobran huracanes.
Cuando la luna brilla cierro los ojos, hago como que estoy en los tiempos viejos, llamo a mi padre, busco a mi madre y de tanto buscar pierdo el aliento, entonces los abro y piso el suelo, anclo en la tierra mis argumentos.
Hoy, soy la de hoy, mi piel ajada lo dice todo, no busques nada más que lo que ves, un vientre lleno de recuerdo de lunas llenas, las que guardaron mis alegrías con cada hijo que fui pariendo, los que acuné por años y les puse alas para que al crecer volaran sobre las cumbres de sus anhelos. Ellos volaron, entonces, cómo puedo ser la misma de ayer, si ayer vivía para mis hijos, y fueron ellos los que me hicieron la leona que muchos en tiempos lejanos conocieron, y hoy soy cachorro desprotegido que pide a gritos un simple “te quiero”.
No busques en mí a la de ayer, pues mi sol ya no es el de la primavera, sino el sol de un otoño tibio, madurado al calor de los recuerdos. El brillo que dejan ver mis ojos, no es el de la juventud pasada, son las lágrimas que caprichosas salen, queriendo demostrar que aún estoy viva.
El hecho de que no sea la de ayer, nos significa que haya dejado de ser, lo que sucede es que en esa metamorfosis descarnada con la que nos sacude la vida, termino siendo la sinopsis de un pasado que se fue inexorablemente y de un camino por venir incierto. El presente, ese que según algunos no existe, palpita los instantes y condensa una sabiduría inalterable que poco sirve a los oídos de las generaciones nacientes, y no es que no quieran escucharnos, sólo que vibramos en frecuencias diferentes.
Si indagas en mi presente intentando encontrar a la que fui, pierdes tu tiempo, las luces del ocaso han teñido de faltas mis frases inconclusas, mis pensamientos tronchados en fracciones y la coherencia que me caracterizó en el ayer.
Hoy destejo las hojas del almanaque, pretendiendo encontrar en que punto de mi historia reposan los sueños postergados, las ansias contenidas, las impaciencias desbordadas y todo aquello que en la de ayer fue ley y en la de hoy es caos.
Es por eso que te imploro, no te acerques buscando una ilusión, ya que de ese modo dañas mi presente, al que llegué desgarrada por los surcos hechos en las inmensidades de mis soledades yermas y a las que aunque no lo creas ya me acostumbré.
Te devuelvo tus promesas vanas, porque no soy la de ayer, soy la de hoy y necesito seguir siendo la que soy, ya que no puedo retrotraerme al tiempo y satisfacer tus propias utopías, esas que te hicieron creer que con tan solo volver encontrarías el ayer que tanto para mí como para ti está lejano.
Las puertas de la muralla que forjé, con el tiempo, la soledad y el desconsuelo, se encuentran cerradas para aquellos que necesitan los frutos y la miel de aquello que se llama EL PASADO.
MARAVILLOSO BRAVO AMANDA
ResponderEliminarLa poesía de la vida en una prosa sin versos
ResponderEliminarGracias por los comentarios. Una pena no saber sus nombres. Saludos desde el alma.
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