Más de una vez me vi tentado a convertirme en el Arcano Veintidós, El Loco. Danzar entre el Alfa y el Omega, entre el Zenit y el Nadir, y darme el lujo de ser por un tiempo esa imagen contrapuesta que le arremete a la vida sin ficciones, sin cuadraturas, sin catálogos impuestos por un exterior que nos requiere sumisos para no causar problemas.
Quisiera
soltar amarras y transitar por el mar de la vida sin mirar al cielo, para que
ni la Cruz del Sur, ni las Tres Marías, ni la Osa Mayor se
atrevan a darme el menor indicio de una ruta que no quiero seguir, ya que me
dirijo al lado opuesto.
Sueño con ser una gaviota que vuele el tiempo suficiente para la liberación. Si me queda espacio, ser un barrilete de color rojo y soltarme de las manos de quien me ayudó a volar, dejarme llevar por los vientos y caer cuando sea el tiempo, sin protestar, sin impedir que ocurra lo que tenga que ocurrir, aunque ello signifique estrellarme contra las rocas y volar en mil pedazos.
Sueño con ser una gaviota que vuele el tiempo suficiente para la liberación. Si me queda espacio, ser un barrilete de color rojo y soltarme de las manos de quien me ayudó a volar, dejarme llevar por los vientos y caer cuando sea el tiempo, sin protestar, sin impedir que ocurra lo que tenga que ocurrir, aunque ello signifique estrellarme contra las rocas y volar en mil pedazos.
Poder ser una
crisálida que se convierte en mariposa para vivir sólo ese día que El Supremo
le da a esta maravilla de su creación. Recorrer los campos y posarme en las
flores, o quizás ser una excepcionalmente rebelde que no quiera hacer lo que
hacen las otras, y volar a la montaña, en donde el águila hace su nido,
contemplar a sus pichones y aprender de la sabiduría de un ave que tiene el
valor de renacer a costa de un sufrimiento infinito. Ver como con su pico se
arranca el plumaje y las garras, y luego cómo a ese pico lo rompe contra las
rocas para darle a su cuerpo la posibilidad de renacer con un nuevo ropaje,
iniciando así el camino de la renovación.
No volver
sobre el pasado, poder dejar atrás ese enorme equipaje que cargué hasta hoy y
con el que no voy a poder volar. No luchar por los afectos, no aferrarme a
ellos, alejarlos sólo por un corto tiempo de mi lado para que no sean el ancla
que me impida navegar.
Quisiera
perderme, no saber dónde se encuentra el norte ni el sur, adentrarme en algún
lugar en el que no haya nadie, no quiero que me hablen, no quiero escuchar y
menos interactuar. Necesito de la soledad, pero esa soledad profunda, sincera,
exponencial, esa que nos deja en carne viva y con el corazón a cielo abierto,
sin ropaje ni escudos. Perder mi identidad para saber realmente quién soy.
Deseo caminar
con indiferencia y sin hacer pausas, que nada de lo que me rodee me afecte,
hacer locuras sin afectar a nadie y perder la cordura sin que ello me perturbe.
Situarme como en el Tarot al comienzo y al final, en la vida y en la muerte, en
el recorrido del péndulo sin la tentación de querer parar.
Quiero volver
a los comienzos, en donde las reglas poco importan. Ser ese niño eterno al que
le sobra el tiempo, al que para crear sólo le hacen falta las ganas y para
soñar, nada más que cerrar los ojos.
Necesito
recorrer el camino descalzo, que la tierra me lastime los pies y las espinas se
me claven hasta los huesos, sentir la vida de un modo brutal, salvaje. Dormir
sólo cuando me gane el cansancio, no saber la hora, no importarme si sale o no
el sol, si la luna es llena o nueva, si el viento sopla del este o del oeste.
Busco esa
libertad primigenia que perdimos en algún punto del camino. Busco poder
transgredir los límites y a las consecuencias pagarlas solamente yo. No temer a
los peligros y tomar todos los riesgos que sean necesarios para lograr ser franco
sin el peligro de herir a alguien.
Necesito que
nadie me controle, hacer que mi locura sea real, improvisar las veces que sea
necesario, no escuchar a mi intuición, anular los presagios, ser tan variable
como pueda y no intentar controlar mi ansiedad, muy por el contrario, que ella
sea el motor de mi aventura.
Caminar
desnudo por la playa, sentarme en la arena dorada y no pensar en nada, rechazar
cualquier inquietud que intente sacarme la paz, pero no esa paz grande y
duradera, solamente la cotidiana, la necesaria, esa que es chiquita, movediza y
muy audaz.
Destruir,
demoler, aniquilar los pensamientos nocivos, dejar en mi cabeza tanto espacio
como me sea posible para llenarlo de travesuras, de quimeras, de todo aquello
de lo que me despojaron a medida que fui creciendo. Quiero que la parte derecha
de mi cerebro invada totalmente a la izquierda y anule las ataduras para que me
atrapen los acontecimientos repentinos.
Quiero gritar
lo que jamás me animaría decirle a nadie, hasta que me sangre la garganta. Quiero
que me borren de la mente, que ninguna cabeza ocupe espacio con este loco que
sé que llevo adentro. Necesito que me olviden todos los que me rodean, recorrer
las calles sin que nadie me reconozca, que el viento vuele mis pensamientos,
mis sentimientos y mis decepciones.
Necesito no
ser el que le sigue el veintiuno y le precede al veintitrés, no quiero que me
traduzcan en números romanos porque me exasperan las repeticiones (XXII), no
busco metas elevadas, quiero que como en el tejo los casilleros sean cortos, al
alcance de mis pies, y que al cielo lo pueda alcanzar con sólo un salto.
No quiero ser
perseverante, ni tenaz, ni voluntarioso, sino simplemente un trotamundo
caminando al borde del precipicio, convirtiendo mi insensatez en una locura divina
y así poder vivir al margen del mundo.
No quiero
vivir un gran amor, sino un millón de pequeños amores que duren sólo unos
segundos para que no los mate la rutina. Quiero ser El Loco para no llevar un
número, llenaron mi vida con números, al punto de que me hacen sentir uno de
ellos, es por eso que al menos por un día los quisiera olvidar. Necesito fortalecer
mi lado irracional para poder ser todo lo excéntrico e imprevisible que pueda.
Ver la vida de un modo extravagante y que nadie me condene por ello.
Tragarme la vida muy despacio, y escupir de ella lo que no sea agradable
a mi paladar. Dejar de ser tan cortés y cuando algo no me guste, gritarlo a los
cuatro vientos. Borrar de mi vocabulario la palabra diplomacia e incorporar la
más maravillosa que haya escuchado en mi larguísima existencia
"torpeza", esa que nos hace poco oportunos y muchas veces
desacertados, esa que es la línea de partida a la libertad. Y por último,
quiero seducir al destino para que con su sucesión de inevitables me sorprenda
al menos por un día.
En fin, sólo
por hoy quiero ser el Arcano Veintidós.
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