Cuántos atajos encuentra o inventa el hombre para sobrellevar la vida; el arte, la música, la fantasía, el amor y otros tantos con los que queremos hacerle jugarretas para de algún modo hacerla llevadera. Hoy le hallé el sentido a la muerte. No precisamente porque quiera morirme, sino porque como dice la canción, "quién soportaría mil años de existencia".
Algunos aseguran que los sueños son la realización de los deseos diurnos. De ser así, en uno de esos sueños, me enamoré. Ya mencioné en “El Niño del Árbol” que pocas veces desperté con esa sensación extraña que dejan los sueños extremadamente vívidos, sentimientos difíciles de despegar del alma y hasta diría de la piel.
Recuerdo que el día que lo tuve, fue turbulento, de esos en los que uno piensa “hoy no debí haberme levantado”. Sin embargo, la vida sigue, contribuye y sacude sin contemplaciones entre una y otra alegría, momentos a los que defino como espacios de paz, en los que no hay turbulencias.
Ese día deseé más que nunca la llegada de la noche, esa que calma tempestades en el mejor de los casos, porque a veces es la que se ocupa de convertir los problemas en pesadillas cuando nos sentimos incapaces de resolverlos. Pero aposté a ella, a pesar de ser cómplice de los vacíos y pocas veces amiga de los deseos.
Ese día deseé más que nunca la llegada de la noche, esa que calma tempestades en el mejor de los casos, porque a veces es la que se ocupa de convertir los problemas en pesadillas cuando nos sentimos incapaces de resolverlos. Pero aposté a ella, a pesar de ser cómplice de los vacíos y pocas veces amiga de los deseos.
Tenía ocho horas para quitarme lo que a veces la luz del día expone y magnifica, necesité que la noche fuera mi compinche en esos espacios a los que pocos entienden y muchos interpretan.
No me fue fácil conciliar el sueño, ya que cada momento desapacible me rondaba en la cabeza. No sé si el insomnio es fruto del problema o intentar revolverlo nos produce insomnio, lo cierto es que en ese estado todos los fantasmas conocidos y algunos por conocer, dieron vueltas por mi habitación como haciéndome recordar que no me libraría tan fácilmente de ellos.
Por qué cuesta tanto a veces dormir, no a todos les pasa, pero una gran mayoría en esta vida convulsionada lo sufre. Puede que sea en esos momentos, en los del silencio, cuando los avatares se aprovechan de nosotros, retoman el camino del hastío y se complotan para hacernos sentir que la vida no termina con la pausa, sino que a veces se agita en ella y su onda expansiva nos arroja al desvelo.
Luego de practicar por media hora todo tipo de técnicas de relajación, caí en un profundo sueño que me llevó a un lugar harto conocido por mí, de ese modo fue percibido no sé por qué sentido, porque tampoco sé cuál es el sentido que deambula en el mundo onírico.
Ese mundo estaba vacío de todo lo habitual, era un inmenso espacio al que ni siquiera, por más romántica que quisiera ser, le encontré un color para definirlo. Y si es que lo había, no sé cuál es su nombre. Sí sé que era un espacio místico.
Dentro de ese espacio majestuoso, estaba él, esperando mi regreso y festejando mi llegada. El reencuentro fue conmovedor. Ese fue el primer y último sueño en el que me encontré con ese otro pedazo de mi alma que seguramente el creador separó cuando nos invitó a poblar la tierra, y para aprender vaya a saber qué lección, nos hace jugar a encontrarnos. Por mi lado cumplí su cometido, busco y busco...
No necesité preguntarme quién era ese ser. Yo lo conocía, pero no sabía su nombre, aunque reconocí su energía, su calor y su amor. A su alma la identifiqué de inmediato, a esa conexión la sentí familiar y atemporal, y de pronto me encontré volando por los tiempos, y allí estábamos solo él y yo, sin hablar, sin pensar, solo sintiendo.
Hubiera querido que esa sensación no acabara nunca. Éramos uno en ese encuentro, una unidad que me resultaba tan conocida, tan real, tan verdadera, que sentí finalmente haber encontrado algo que venía buscando a través de los tiempos, ese atajo que hiciera mi vida llevadera.
Lo extraño fue que ambos sentimos que debíamos separarnos, que se trataba solo de un momento, y por más que deseáramos prolongarlo, era imposible, las agujas del reloj marcarían el final inexorable de un encuentro verdadero y tangible en el mundo de los sueños. Al cabo de un tiempo indeterminable, nos separamos, en silencio y sin preguntas.
Realmente esa expresión de amor no me sorprendió, en algún tiempo debió ser verdadera o quizás lo verdadero era ese momento y la vida solo un sueño en el que se nos hace practicar todo lo que no sea la felicidad sin despojarnos completamente de ella para hacerla soportable.
Despertarme fue una sensación agónica, ya que regresé de ese sueño con un sentimiento tan profundo que me hacía doler el alma o lo que sea que duele frente a irremediables ausencias.
No me podía levantar de la cama, no quería abrir los ojos y ver un mundo repleto de cosas que me abruman, y extrañé el vacío que se completaba solo con él. Ese vacío lleno de amor y de entendimiento. Entonces lo comprendí todo.
Los hombres convertimos las palabras en ruidos, las miradas en juicios, el oído en un receptáculo de desperdicios, el tacto en castigos y el gusto en voracidad, de ese modo llenamos el mundo de cosas materiales e inmateriales que lo hacen irresistible, y para hacerlo tolerable buscamos atajos que lo único que hacen es desenmascararnos y ponernos frente a un espejo que nos muestra la cruda y dolorosa realidad en la que nos hemos convertido.
Sin embargo, y a pesar de mi entendimiento, lo esperé en la vida de los ruidos, se me ocurría que en cualquier momento se materializaría como mi niño del árbol para que yo dejara de sufrir, de sufrir de soledades, de desencuentros, de una abrumadora realidad tan consistente como irrefutable.
Dicen que el sufrimiento es el sentimiento más puro e inexplicable que pueda tener el ser humano. Y debe ser cierto, porque es íntimo, genuino, intransferible, inexplicable y solitario. Ese sufrimiento es el que a veces nos deja con el corazón a cielo abierto y es en ese momento en el que se abre esa brecha que muy de vez en cuando, mágicamente, hace que aparezcan las ilusiones.
Escuché decir que la esperanza es el peor de los males, ya que prolonga el tormento del hombre, pero juro que a pesar de todo lo que se me dijera, yo no la perdí. Me acostaba pensando en ese ser maravilloso que dejó en mí una huella perenne, tangible y que en mi mente tomaba un peso específico. Pasaron años luego de ese sueño y él jamás se hizo presente a pesar de mi eterna y agónica espera. En lo que me restó de vida, comparé y nada se parecía a lo soñado.
Hoy me está llegando la hora, esa que marca el momento en el que debo decirle adiós al mundo de los ruidos, y todo ese miedo que le tuve a la muerte va desapareciendo, y se convierte en esperanza, esa que me dijeron que prolonga el tormento. Hoy no lo siento así, porque quizás en el mundo del silencio, en donde impera el vacío, él me esté esperando para acogerme en sus brazos cuando el ruido se acalle.
Quizás ese espacio infinito sea el que albergue los amores perdidos en los tiempos, esos que Dios separó para distraernos. Quién dice que eso no sea el cielo prometido, el paraíso buscado, la promesa finalmente cumplida.
NUNCA DEJES DE ESCRIBIR PRIMA, TUS ESCRITOS SON SIEMPRE PURA EMOCIÓN Y TE DEJAN PENSANDO.
ResponderEliminarGracias prima, me alegro que te guste lo que escribo. Lo hago desde el alma y así es que al parecer te llegan. Un abrazo TQM.
ResponderEliminar