Mis recuerdos se remontan a los dieciocho años; y aún hoy, con varias décadas a cuesta, me siento rodeada de fantasmas. Fantasmas del pasado, tal vez, creados por mi mente y reforzado por mis vivencias…, o viceversa.
Entre los personajes que subsisten en mi memoria, estás vos, que con ese aire de bohemio embelesaba a cualquier mujer que todavía no había atravesado completamente la segunda década.
En mis recuerdos emergés con armadura medieval, esa que al parecer te protegía de la lucha cuerpo a cuerpo y que te resguardaba de las embestidas de las armas de combate, todo un caballero, dispuesto a matar o a morir por sus ideales.
Un poeta y un loco; al evocarte, veo a través de tus ojos las estrofas de la vida, y a través de tu expresión al excéntrico que es capaz de cautivar el asombro y del cual yo me inspiraba a los dieciocho años.
Tu simple recuerdo me despierta del letargo, ese que recrudeció con los años y que parece desvanecerse en las postrimerías de la vida con algunas atrevidas remembranzas. Jamás olvidaré esas escapadas al bar de la esquina de la facultad, en la que Beco nos atendía con una sonrisa pletórica de dientes, esos que jamás sufrieron las torturas de la ortodoncia existente por esos tiempos, esos que marcan una personalidad que aún persiste en su fatigoso caminar entre mesas colmadas de nuevos estudiantes y de nuevos sueños.
Vienen a mi memoria esas largas charlas insustanciales en las que nada decíamos, pero era justamente en esos preciosos momentos, en los que con tan sólo una mirada nos declarábamos todo eso que anidaba al menos en mi corazón, que es por el único que hoy respondo.
Estabas rodeado por el arco iris, ese que anuncia el fin de una tempestad, ese al que yo recurría ingenuamente en busca del tesoro prometido con el que soñé tantas veces siendo niña. Para mí, eras el centro del mismísimo universo, ese que fui descubriendo a través de las sensaciones que me despertaba tu presencia. Juntos recorrimos los caminos en donde la adrenalina era el norte, las ilusiones la meta, y el disfrutar a pleno, el asunto central de nuestras vidas.
Todo lo que te envolvía era mágico. Los duendes y los elfos se encarnaban en mis fantasías cada vez que cerraba los ojos luego de un encuentro. Las agujas del reloj se adormecían cuando yo me recostaba en tu recuerdo. El universo parecía darme el justo tiempo para gozar con tu imagen, esa que me llevaba al sueño.
Jamás podré olvidar las guitarreadas a la luz de la luna en ese barrio Alberdi que albergaba a una masa estudiantil compuesta de propios y foráneos, que hacían del ocaso sabatino, un momento de encuentro esperado luego de una semana febril de trabajo, facultad y obligaciones cotidianas.
Mi encantamiento no sólo se ceñía a tu presencia, la estampa que siempre te rodeaba era conmovedora y sugestiva, el payo con sus ojos colorados, el mendocino con una belleza casi de otro mundo, un haitiano que se movía con esa gracia que solamente Dios le da a los negros, y un puñado de muchachas que destilaban esa hormona que exclusivamente se engendra en la dimensión en la que se realizan los sueños.
Todo ese paisaje te envolvía, entonces, cómo no soñar con los ojos más que abiertos y cómo no enamorarse, si la vida explotaba en esos encuentros.
Todo ese paisaje te envolvía, entonces, cómo no soñar con los ojos más que abiertos y cómo no enamorarse, si la vida explotaba en esos encuentros.
Lugares comunes nos reunían irremediablemente, clases de filosofía, el día del estudiante, los exámenes finales y ese pequeño puñado de bares en lo que casi a diario nos encontrábamos. Creo que el tiempo y los encuentros se ocuparon de alimentar en mi mente y en mi imaginación, miradas que quizás jamás existieron o sonrisas que solamente se debían a determinada situación que escapaba a mi persona. A lo que no puedo restarle méritos, es a la dulce unión de nuestros labios en más de uno de esos encuentros fugaces que alimentaban mi espíritu y que ahora no entiendo muy bien porqué ocurrieron.
También con el tiempo me di cuenta de la absoluta incompatibilidad que nos unía, éramos algo así como las piezas opuestas de un gran rompecabezas, que jamás podrían estar juntas pero que son absolutamente necesarias para que la obra se vea terminada. Esa discrepancia me daba la fortaleza para no flaquear en momentos indebidos, esos en los que aparecías cuando los dos estábamos repletos de compromisos. Pero debo decir que esa misma discrepancia se disipaba cuando mi corazón se convertía en un desierto eterno, cuando mi territorio estaba quebradizo por el sol y castigado por ese garantizado viento que nos arrasa en determinados momentos de nuestras vidas.
Quizás fue necesario aferrarme a esos recuerdos, para poder sobrellevar el peso de lo duro que se hace a veces el trayecto, y quizás hoy también sea el preciso tiempo de desentrañar lo que mi mente recuerda de vos. Saber si realmente fuiste ese caballero de mis sueños o muy por el contrario sos el estereotipo de lo que mi corazón necesitaba a una edad temprana en la que todo eran promesas.
En forma recurrente intenté atrapar esos momentos, en los que embelesada me hundía en tu mirada, en los que tu sonrisa desbordaba mi mundo de utopías y borraba todo impedimento de volar al cielo con esas alas que hoy no sé en que parte del camino se perdieron.
Buscaba con el aliento de esos años, y recorrí esos tiempos con la agilidad que me daba la edad en la que aún no habían desaparecido las mariposas. Y cuando al fin te encontraba en mis recuerdos, recuperaba ese anhelo que parecía adormecido, y con todas esas fuerzas contenidas, ponía nuevamente en marcha el motor de mi existencia.
Con mis tantos años vividos, aún puedo soñarte tanto dormida como despierta. La calidez de esa boca que me regaló tantos besos, la siento palpitando en mis labios secos, y es entonces cuando mi corazón se sacude sacándome de la apatía envolvente de mis horas muertas.
No sé si me hace bien o me hace mal el recordarte, pero siento que ha llegado el tiempo en el que necesito de algún modo materializarte o borrarte de mis recuerdos. Las dos cosas cuestan, ya que si te materializo temo por lo que puedas ver de mí, aunque me has visto, y si te borro, quizás se corte esa cuerda que se fue forjando con mis recuerdos y que me ata a este presente al que me aferro intensamente ya que debo saldar muchas cuentas que han quedado pendientes, y en esa larga lista de balances estás vos, a la espera de que yo caiga para ayudar a levantarme. Esa ha sido una constante, aparecer en los momentos menos esperados y desaparecer con la misma prisa que te hizo estar presente.
Imágenes comienzan a emerger en mi mente y pintan a la realidad de un modo inesperado. Quizás el no poder mantener por más tiempo ese henchido sentir de los dieciocho años, me haga percibir de un modo extraño lo que para mí era una realidad incuestionable.
Al recorrer nuevamente aquellos años, me doy cuenta de que en cada década de mi vida estuviste presente, llenando de ilusiones esos momentos en los que yo ingenuamente claudicaba en honor a los viejos tiempos. Tiempos en los que mi corazón se desbocaba con tu sola mirada, tiempos en los que te idealizaba haciéndote un gigante casi inalcanzable para esta pobre alma que estaba sedienta de poesía, de locura y de embeleso.
Hasta dónde llegó la realidad y hasta dónde la fantasía. Hoy me pregunto de qué estabas hecho, si realmente de tu lucha, sueños e ideales, o simplemente de esas materias pendientes en mi vida que proyecté cándidamente en tu figura. Me duele desgranarte en mis recuerdos, porque con ello desaparece la utopía que me aferra a la esperanza.
Si arrojo luz a mis pensamientos, no puedo menos que agradecerte por haber podido forjar en tu persona, esa imagen soñada por décadas, esa a la que me sujetaba en mis momentos de soledad profunda, esa que acariciaba cuando el dolor me aquejaba ferozmante. Pero creo que es hora de decirte adiós, de dejarte partir, pero antes debo confesarte que por años fuiste esa estrella a la que me sujetaba cuando el mar se volvía tempestuoso, cuando creí que perdía el norte de mis sueños, cuando la borrasca me sacudía en las soledades de algunas de mis noches.
Me queda una ardua tarea por delante, la de seguir limpiando mi pasado, de fantasmas, caballeros y gigantes, de los incompatibles que mi mente con el tiempo fue creando, y poner en el plato de la balanza lo que para mí fue realmente verdadero.
Sin perjuicio de lo dicho hoy te aclaro, que no quita a pesar de lo expresado, que mis sueños con el tiempo madurados, recapturen los anhelos que creí olvidados y con ellos dance suavemente hasta que me toque la hora de la partida, que es tan parte de la vida como esa ilusión que forjé a tu lado.
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