Eleonora llevaba veintidós años de casada. Cuando contrajo matrimonio con Augusto tenía tan sólo quince años, él veintitrés. A los dos años nació Isabel y luego, otros cinco hijos.
A Augusto no le gustaba que su mujer saliera a trabajar, él decía que era el hombre quien debía hacerlo. Entonces ella permaneció en la casa, repartiendo su tiempo entre los hijos, las tareas del hogar y su marido. En cada uno de sus días, escaseaban los minutos hasta para mirarse al espejo, quizás fue por eso que pasados los años, cuando tuvo tiempo para hacerlo, lo que ese espejo le devolvió no le gustó.
Fue bella en su juventud, pero la vida con ella hizo estragos, su pobre cuerpo quedó maltrecho luego de tantos embarazos, sin embargo, trató de cuidarse para recobrar esa imagen que recordaba de sus quince años. Ciertamente a eso no lo logró, ya que su cintura desapareció para siempre bajo esos rollitos a los que odiaba y ocultaba bajo ropa suelta que se los disimulaba muy bien.
Tuvieron durante el matrimonio varias crisis, la mayoría surgidas de sus reclamos, ya que se sentía casi como un mueble más de la casa bajo la mirada de su marido. Eleonora sintió que la rutina había desgastado la relación y matado la pasión, es por eso que apeló a miles de estrategias para que Augusto le prestara atención. Pero el hombre siempre llegaba tan cansado a su casa que ni cuenta se daba de que ella había cambiado de peinado, se había vestido de un modo más provocativo, o simplemente le había preparado una cena romántica luego de hacer dormir temprano a los niños.
Eleonora tenía tan sólo treinta y cinco años, y se sentía muy joven como para dejar que su matrimonio se desgastara de ese modo sin darle pelea al asunto. Si bien los chicos le llevaron la mayor parte de esos veinte años, ya estaban grandes y creyó que era el tiempo de reconquistar a ese hombre al que tanto amaba.
Ideó entonces una salida que la llevaría por caminos tortuosos, pero estaba decidida a jugar esa carta. Ella creyó que su marido jamás la iba a tener en cuenta tal y como era por esos tiempos, fue por eso que a su conquista la iba a comenzar desde un modo extraño pero al que apostaba.
No hacía mucho tiempo que habían logrado poner teléfono fijo, decidió que ese sería su aliado en un comienzo. Es así que empezó a hacer llamadas anónimas a Augusto a su trabajo, haciéndose pasar por una admiradora secreta. Ocultaba su voz bajo un grueso pañuelo que ponía en la bocina del aparato y así mantenía largas charlas recreando todo el amor que tenía por aquél hombre.
Luego comenzó a escribirle cartas románticas que dejaba al portero de la fábrica en donde él trabajaba. Para eso se camuflaba de modo tal que nadie la pudiera reconocer, hubo veces que se hizo pasar por un muchacho.
Mientras todo esto sucedía, ella comenzó a notar cambios en su marido, llegaba con mejor ánimo a su casa, festejaba los platillos que le preparaba en la cena, y hasta recibió alguna que otra galantería de ese hombre que desde hacía tiempo no la miraba.
Más de una noche le hizo el amor con pasión y más de una mañana la despertó con la intención de volver a hacerlo. Si la rutina mata la pasión, a veces los apuros de los hijos también lo hacen, y la mayoría de las veces uno que otro estaba instalado en su cuarto reclamando algo. Pero eso no importaba, ella estaba feliz por haber recuperado a ese hombre que extrañó por tantos años.
Un día sucedió algo que ella no había tenido en cuenta y fue que Augusto le reclamó a su supuesta admiradora conocerla. Eleonora inventó miles de pretextos, en una ocasión hasta le dijo que era casada, a lo que respondió que él también, y que su intención no era más que conocerla.
Terror tenía ella de que él se enojara con su supuesta admiradora y consecuentemente cambiara de actitud con ella, entonces le dijo que se encontrarían pero bajo sus condiciones. Él, a esas alturas, aceptaba cualquier cosa, quería conocerla bajo cualquier condición.
Eleonora estableció como punto de encuentro, un hotel muy chico que había en una barriada cercana a la suya, todos sabían que era uno de esos en los que se ocultan los amores prohibidos, los encuentros furtivos, y los amaneceres de una adolescencia que comenzaba a ver al sexo de un modo más natural.
Ella siempre llegaba y se retiraba antes que él, no quería correr ningún riesgo, y en una absoluta oscuridad, en un comienzo, mantuvieron sólo contactos físicos de reconocimiento de sus cuerpos, ni una palabra permitía ser dicha, únicamente se descubrían a través de los sentidos. Por precaución, siempre le vendó los ojos, esa sola circunstancia a Augusto lo excitaba de un modo descontrolado.
Eleonora pensó que su marido la descubriría de inmediato, no podía no reconocer su cuerpo, pensó, pero por lo que él demostraba, lejos estaba de darse cuenta de que su admiradora secreta era su esposa.
En la primera cita, él acarició su rostro, sus brazos, sus piernas, intentó besarla pero ella no lo dejó, aunque pudo sentir por momentos sus anhelos contenidos y también sus estallidos de pasión. Cada encuentro significaba un nuevo avance, hasta que llegó un día en que los dos decidieron entregarse sin condicionamientos y con una lujuria desconocida al menos para ella.
Paralelamente, en su casa, la cosa comenzó a mutar de un modo drástico e incomprensible para Eleonora. Él la esquivaba en la cama, casi no probaba bocado en la cena, su humor empezó a cambiar y hasta hubo momentos en los que tuvo reacciones violentas con ella.
En cambio, en los encuentros, todo era distinto, cada vez había más pasión y más comunión entre esos dos cuerpos que comenzaban a conocerse de un modo muy peculiar. Eso a ella le trajo gran desazón, lo que la llevó a tomar otra determinación no menos osada. Decidió hacer desaparecer a la amante con el pretexto de que el marido la había descubierto.
Una mañana llamó al trabajo de Augusto y le dijo que lamentablemente no lo podría ver más y él sollozando como un niño le pidió que se escaparan juntos, que estaba dispuesto a dejar todo por ella. Eleonora entró en pánico, ya que en ese preciso momento tomó conciencia del error que había cometido por desesperación.
Ese día Augusto volvió más temprano de su trabajo y le dijo que quería hablar con ella. Le comunicó con esa sinceridad brutal que a veces le brotaba, que se había enamorado de otra mujer, pero que no la dejaba por ella, ya que su amor no era correspondido. Le pidió perdón de mil maneras y le dijo que ya no la amaba y que la dejaba en libertad pues no se creía merecedor de permanecer en la casa. Le prometió no desentenderse de la familia y de inmediato les comunicó su decisión a los hijos.
A Eleonora toda esa instancia le pasó como una película en cámara rápida, cuando reaccionó, él estaba armando las valijas para abandonar el hogar y ella no se animó a decirle la verdad porque pensó que la odiaría y que la familia lo perdería para siempre.
Lo vio partir y no pudo reconocer en ese hombre a su marido, parecía tener más de cien años y ella se sentía responsable de su dolor. Pero lo amaba, fue el único hombre en su vida y sentía que su carne estaba pegada a la ella irremediablemente, que esa circunstancia la condenaría a una soledad definitiva que ella no estaba dispuesta aceptar.
Fue así que pasada una semana de que Augusto abandonara su casa, ella lo llamó a su trabajo haciéndose pasar nuevamente por la amante y le dijo que si aceptaba seguir en las mismas condiciones, ella volvía. Le dejó en claro que él jamás iba a poder ver su cara, ni escuchar su vos, y a cambio, ella le prometía no abandonarlo jamás.
En ese punto de encuentro, esos dos seres que se habían desencontrado por el hastío, la rutina y las obligaciones, se unieron en un incomprensible anonimato que poco les importó, a él porque con ella recuperó la pasión de sus dieciocho años y a ella porque de ese modo mantuvo a su lado a ese hombre al que amaba y al que estaba dispuesta retener a su lado sin importarle demasiado el modo.
Pasaron largo tiempo manteniendo esa relación, hasta que Eleonora, quizás por su pena o quizás por esa doble vida que la estaba quebrando, enfermó gravemente y falleció. Ese día Augusto, sin buscar el punto de conexión, se quedó sin su esposa y sin su amante. Pero así era él, un tanto distraído, hecho que llevó a Eleonora a buscarle atajos a la vida.
La mujer se fue sin saber que en definitiva parte de ella era amada por su esposo y él la dejó ir sin percatarse que ese ser que lo devolvió a los dieciocho años, era su mujer.
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