Estaba casi segura, lo que sentí en esos momentos me pareció haberlo vivido no sé en que tiempos. Visitaba Praga por primera vez, sin embargo, una profunda convicción me hizo sentir que al menos al puente Carlos ya lo había visitado, me resultó familiar y me trajo cierta nostalgia.
Conforme lo relató la guía, era uno de los puentes más viejos, atraviesa el río Moldava en la República Checa. Pero en mi cabeza resonaba otro nombre “Puente de Piedra”
Le pregunté si ese nombre le decía algo, ella de inmediato me contestó que era el antiguo nombre del puente y que en 1870 se lo cambiaron por el actual.
Atravesar la línea de partida de los más de quinientos metros de longitud de esa obra maravillosa, me transportó a una perspectiva muy distinta de la que estaba viendo minutos antes.
Su fisonomía me pareció extraña, quizás por la cantidad de gente que lo transitaba a esa hora, ya que para los turistas es uno de los puntos de invariable visita, tanto como la Iglesia de San Nicolás, el castillo de Praga o la mismísima casa de Franz Kafka.
La decena de artistas callejeros, los comerciantes ofreciendo su mercancía y hasta la gente, desaparecieron bajo el influjo de un sentimiento que invadió mi alma.
La decena de artistas callejeros, los comerciantes ofreciendo su mercancía y hasta la gente, desaparecieron bajo el influjo de un sentimiento que invadió mi alma.
Algo me decía que no era ésa la hora de la cita, que debía visitarlo cuando la luna bañara con su luz plateada las treinta estatuas de estilo barroco que se encuentran en ambos lados de esa obra que me tenía atrapada entre dos tiempos.
Como una autómata continué con el grupo sin poder captar muy bien lo que la guía decía, ya que la escuchaba a lo lejos, como si se encontrara a varios metros cuando en realidad estaba a unos cuantos pasos y su voz no era precisamente tenue.
Marché unos segundos más y decidí volver al hotel, lo que estaba experimentando me asustó y quería despegarme de esa sensación a la que asimilé como previa a un desmayo. Cuando llegué me recosté y caí en un profundo sueño, me desperté con unas campanadas que no pude identificar de dónde venían.
Ya era de noche, cené y partí sola a ese puente que mágicamente me convocaba a un encuentro con un tiempo que reconocí de inmediato. Sólo me bastó traspasar el primer arco, de un total de dieciséis, para sumergirme nuevamente en esa sensación de atemporalidad que ya no me asustó. Fue como si el pasado, presente y futuro se encontraran en un magnífico desorden, y el no tiempo reinara en ese instante en donde el giro de la tierra pareció detenerse.
Caminé lentamente tratando de entender lo que estaba sucediendo, pero algo me decía que me dejara llevar por mis sentimientos para poder disfrutar de ese momento asombroso que me impulsaba a explorar el origen de mi conexión con el lugar.
Cuando llegué a la estatua de San Juan Nepomuceno, un profundo desasosiego me invadió el espíritu, en ese momento no supe cuál sería el motivo de tal sentimiento, luego, al indagar sobre su historia, descubrí que fue el primer sacerdote hecho mártir por guardar un secreto de confesión, sentí que su energía aún vibraba por las noches en ese espacio lleno de historia y de recuerdos. Si bien por esos tiempos la que lucía con toda majestuosidad no era la original, ya que a partir de 1965 las fueron reemplazando por réplicas y a las originales se las puede ver en el Museo Nacional, el espíritu de Nepomuceno sin ningún lugar a dudas estaba presente, como así también lo estaban “mis recuerdos”.
Cerré los ojos, intentando captar sólo a través de mis emociones ese tiempo en el que estaba suspendida y al que apelaba para desentrañar un sentimiento que se apoderó de mí en un puente que no casualmente estaba pisando en esos momentos.
A él fui en busca de una respuesta, y sólo estaba recibiendo información codificada que no me era posible dilucidar ya que el alma preponderaba a la mente y ella me decía que hiciera simplemente silencio y que recibiera lo que venía a mí sin trabas ni resistencia.
Me recliné frente a la estatua de San Francisco Javier, conocido también como el Apóstol de las Indias, y fue en ese momento en que comencé a encadenar algunos hechos que me unían al viejo continente, el que pisaba por primera vez al menos en la vida que yo recordaba.
Antes de viajar, había comenzado una relación que bajo ningún aspecto podía prosperar al menos en el corto plazo, ya que él no era un hombre totalmente libre. Estaba terminando una relación extremadamente conflictiva que prometía llevar más tiempo del que los dos deseábamos. Ese fue uno de los motivos que me impulsó a viajar por un par de meses y conocer esa Europa que me prometí visitar a lo largo de mi vida.
En ese puente sentí la fuerte presencia de mi amado, como queriéndome retener en un tiempo en donde lo nuestro fue posible. Gocé de ese momento como jamás lo había hecho a su lado, allí éramos completamente libres y podíamos amarnos sin que nada ni nadie se interpusiera en nuestro camino, allí éramos felices.
Lo extraño fue que a esa felicidad la reconocí de forma inmediata y no tenía que ver con la que vivía a su lado en el tiempo presente, si es que de algún modo podía definir ese tiempo que no era el del puente.
Me envolvió una brisa suave y tibia, pero en realidad no era la brisa sino sus brazos los que me retenían para hacerme recordar un tiempo que estaba perdido en el cosmos y que curiosamente tratábamos de capturar en un presente en donde todo se oponía a nuestras ganas, y la adversidad se enfrentaba a la esperanza.
Permanecí en el lugar hasta que los primeros rayos del sol rompieron el hechizo. Voces desconocidas comenzaron a ocupar ese silencio solemne que reinó hasta el instante previo a que los artesanos ocuparan nuevamente sus lugares, y los comerciantes desplegaran sus mercancías esperando a los turistas.
Volví al hotel, tome una hoja, y con mi corazón aún expuesto como consecuencia de la experiencia de la noche anterior, escribí solamente seis palabra, “esto no es igual sin vos”. Me acosté y dormí hasta el medio día. Cuando me levanté leí esas palabras y el velo de la memoria se corrió sólo para hacerme ver la inconsistencia de ese amor presente que floreció a la sombra de un recuerdo tan intangible como irreal, si es que era sometido al examen de la razón, pero que allí estaba, haciendo estragos en mi corazón y poniéndome de cara a una realidad que había negado por largo tiempo.
Mi viaje siguió de un modo absolutamente normal, no volví a sentir nada parecido, pero en el avión de regreso, una poderosa inquietud se apoderó de mí, no era un mal presentimiento, sino sólo un sentimiento de inseguridad y de zozobra.
En el aeropuerto estaba él, esperándome con todo ese amor que acopió durante esos dos meses. Lo vi mínimo, desdibujado, tembloroso y triste, reflejando algo que seguramente escucharía en unos minutos. Lo abracé y lloramos, curiosamente en ese instante sentí esa brisa que me acunó en el Puente Carlos, y cuando me soltó, pude darme cuenta que en ese puente estaba el comienzo y el final de nuestra historia.
En una hora aproximadamente me contó sobre la imposibilidad de concretar nuestro sueño de estar juntos, un hecho impensado había frustrado todo los planes. Creo que en el fondo de mi corazón ya lo sabía, entendí que nuestras almas quisieron recrear un tiempo que inexorablemente había quedado atrás, pero cómo explicarlo, cómo transmitirle que el final ya estaba escrito, que al menos en nuestro caso, la historia no se repetiría a través de los tiempos.
Dejamos atrás nuestro fracaso, seguimos por la vida por rutas diferentes, pero cuando muy de vez en cuando nos encontramos, ese hechizo que se coló al menos en mi memoria, reflota y vuelvo a amarlo, por segundos, pero con la profundidad de los tiempos. La herida cerró, pero aún sangra en una dimensión desconocida para la razón.
Hermoso relato y no menos desgarrador de alguna forma, quisás porque toca un tema sensible, para mi por lo menos, magistral la forma de exponer la historia, felicitaciones y gracias!.
ResponderEliminarGracias Shoin. Siempre tus devoluciones me dan aliento, aunque tengo a la musa medio dormida, sé que en algún momento se despertará. Un abrazo y muchas gracias por seguirme.
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