Tenía el cuerpo entumecido, no me podía mover. Quería hacer memoria para encontrar una explicación, no sabía por qué estaba allí. Cerré lo ojos y sentí que alguien entraba al cuarto, era una enfermera que algo puso en el catéter con el que estaba canalizada.
Al querer hablar me di cuenta de que tenía la boca tan seca que si emitía algún sonido, se partiría. La enfermera me acarició en la frente y me dijo: ––tranquila Sofía, te vas a poner bien ––. Me ardía la garganta, quería sólo un poco de agua pero no pude pedírselo.
Me llamó Sofía, ahí me di cuenta que yo ni siquiera sabía cuál era mi nombre. Tenía la mente en blanco, no recordaba nada. Luego apareció un médico, me tomó la presión, con una linternita apuntó a mis ojos, lo hubiera matado, fue como si me clavaran un puñal. Comenzó a revisarme y cuando me tocó las piernas, no las sentí. Comenzó en ese momento mi pesadilla, no sabía quién era, tampoco si efectivamente tenía piernas y encima mi boca seguía imposibilitada para emitir sonido.
En ese momento decidí cerrar lo ojos y no volver a abrirlos hasta no descubrir lo que me estaba pasando, me resistía a recibir más sorpresas. En las noches mi cuarto se llenaba de fantasmas, venían a mi mente caras, sonrisas, música, por momentos sentía que alguien me besaba en la frente. Temí abrir los ojos y no encontrar a nadie.
Así fueron pasando los días y como en un rompecabezas se comenzó a armar en mi mente situaciones, lugares, caras que comenzaron a resultarme familiares, no sé si por las veces que aparecieron o porque realmente existían en mi vida. Hasta que una mañana, luego de casi un mes, recordé todo.
Quise conciliar mis recuerdos con lo experimentado en esos días, y llegué a conclusiones bastante desagradables a las que no me encadené hasta saber si eran ciertas. Me preocupaban las piernas, seguía sin sentirlas, pero decidí abrir los ojos para al menos saber si allí estaban.
Cuando intenté incorporarme para corroborarlo, entró mamá y al verme lloró sin saber que yo ya estaba conciente de todo lo que sucedía. Decidí no expresar nada y ver lo que ella hacía. Se sentó a mi lado y tomó mi mano, comenzó a acariciarme la cara y vi en su mirada un dolor tan profundo que imaginé lo peor. Cerré nuevamente los ojos para no dejar ver en mí un solo signo de que era conciente de lo sucedido. Pero me llevé una sorpresa, sentí sus manos sobre una de mis piernas y eso me trajo una tranquilidad que hasta esos momentos no tenía.
Una vez que mamá abandonó el cuarto, rememoré el accidente que tuve con el auto. Recordé que estaba conciente pero atrapada en esa masa informe en la que se había convertido mi vehículo. Luego de las maniobras que los bomberos intentaron hacer para sacarme de allí, perdí el conocimiento.
Pero hubo algo que me desorientó y fue mi nombre, hasta donde yo lo recordaba no era Sofía sino Bianca. Pensé que sería una de esas tantas cosas que podría corroborar cuando me decidiera a hablar con mi madre, que fue a la única persona de mi familia que vi desde que recuperé la memoria. Yo tengo además padre, dos hermanos y muchos amigos que nunca aparecieron.
Indagando en mi pasado, recordé que había terminado la escuela secundaria, no recordaba más estudios que esos, lo cual no dejó de sorprenderme ya que tuve la sensación de ser una mujer intectualmente muy activa. Mi edad, caramba, eso sí que no lo recordaba, pero me sentí muy joven, esa sería otra de las cosas a dilucidar. En medio de mis remembranzas, entró el médico y luego de la rutina de rigor me dijo con una cara que denotaba estupor y algo de preocupación: ––Quiero que se quede tranquila, no ha pedido el embarazo, todo está en orden y en días cumplirá el tercer mes ––. Esas palabras me dejaron muda, ya no por la sequedad de mi boca sino por el desconcierto que me causó la noticia.
¿Y quién será el padre?, me pregunté. No recordaba, novio, marido, ni amante. Cuando apareció la enfermera, como pude le dije que quería agua, ella tomó una gasa y enjugó mis labios, juro que tenía ganas de comerse la gasa. Allí entendí lo que sufrían esas personas que se perdían en el desierto e imaginaban oasis por todos lados. Yo me imaginaba vasos de agua en mi mesa de luz.
Comencé a hablar sola, o más bien a practicar para que cuando llegara mi made me completara la historia, esa que había puesto en mi vientre un hijo, y contestara a todas mis preguntas, como por ejemplo cuál era mi nombre.
Ella llegó a eso de las doce de medio día, yo ya podía hablar, poco, pero lo hacía. Cuando se acercó, le dije: ––Hola mamá––, ella me miró asombrada, se le llenaron los ojos de lágrimas y me acarició la frente. Luego de superar su emoción, me preguntó cómo me sentía, le contesté que mejor, pero que necesitaba respuestas ya que habían algunos hechos confusos en mi cabeza. Ella me dijo que ya lo había notado.
––¿Cuál es mi nombre?
––Recordás alguno.
––Bianca, pero acá me dicen Sofía.
Noté conmoción en su cara, y en ese preciso momento recordé que ella no era mi madre, ¿pero por qué la había confundido? Me pregunté.
––¿Quién es usted?
––Esperá que llamo al médico.
Salió disparando de la habitación y a los pocos minutos regresó con un médico al que jamás había visto. De nuevo me tomó la presión, me penetró con esa punzante luz de la linternita, tocó mis piernas, esa vez no las sentí, un retroceso me dije. Luego de esa rutina me preguntó cómo me sentía, le contesté que bastante confundida. Es normal me dijo. Tomó la palabra de nuevo la mujer y me expresó que ella era la madre de Bianca, que mi nombre era Sofía.
––¿Quién es Bianca entonces?
––Bianca es quien manejaba el auto en el que se accidentaron.
––Entonces Bianca era una amiga.
––Sí, y tu compañera de danza.
Cuando pronunció esa palabra “danza”, me pareció recordar la música que venía escuchado cuando aparecían en ciertas noches mis fantasmas.
––¿Soy bailarina?
––Una de las mejores.
––¿Y Bianca, en dónde está?
En ese momento la mujer miró al médico, éste le hizo una seña como indicándole que siguiera respondiendo.
––Falleció junto a otras dos personas en el accidente.
No pude expresar ningún sentimiento ya que no recordaba a Bianca ni a nadie sobre ese coche. Es más, creí que yo era la que lo conducía y estaba segura que iba sola.
––¿Usted sabe quién es el padre de este hijo que llevo en mi vientre?
––El marido de Bianca.
Por lo que deduje en ese momento, había engañado a Bianca con su marido y quizás en el momento del accidente ella se había enterado y esa fue la causa del siniestro. Me tapé la cara, creo que por la vergüenza.
––Perdóneme señora, no sé ni recuerdo lo sucedido, pero debo ser un monstruo. Ahora lo que no entiendo es que si usted sabía eso, ¿por qué viene a visitarme todos los días?, quizás fui la causante del accidente…
––Sofía, no te apresures a pensar cosas que no son. Bianca no podía tener hijos y vos generosamente le ofreciste tu vientre para gestar a su hijo. Las otras personas que viajaban con ustedes, eran compañeros del ballet. Vengo porque yo me siento culpable por lo sucedido, si bien fue un accidente y todos murieron, a vos en definitiva te ha tocado la peor parte. Voy a llorar en lo que me queda de vida la muerte de mi hija, pero vos llevas a mi nieto en tu vientre y eso me da cierta esperanza, en cambio a vos los médicos te tiene que comunicar algo y te juro que no sé si lo vas a soportar.
Todo era extraño, qué podía ser peor que la muerte me pregunté, lo que me contaba no parecía pertenecer a mi vida y no sabía lo que aun tenían para decirme. Pero todo terminó de dilucidarse a los pocos minutos. Entró un batallón de gente, uno de los médicos tomo la palabra y me dijo:
––Sofi, ––ya el diminutivo me cayó mal, encima de que no me sentía identificada con ese nombre –– debemos comunicarte que en el accidente te lesionaste gravemente las piernas, hubo que amputar una y no sabemos si podremos salvar la otra.
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