El tiempo transcurría, lento, sin ninguna prisa, como si lo que me estuviera pasando a mí, fuera tan sólo de mi incumbencia, entonces la duración dependía solamente de su antojo. Por aquellos tiempos me acerqué a la Iglesia Católica buscando una respuesta, mi profundo acto de generosidad había recibido como contrapartida una desgracia permanente y dolorosa. La respuesta era siempre la misma, “los designios de Dios son a veces incomprensibles, pero tienen un sentido”, al sentido yo no se lo encontraba y no me podía reconciliar con el designio.
Con el correr lento de ese maldito tiempo, ese tal “designio”, hizo que perdiera con dos años de diferencia a mis padres, que eran mi sostén y casi diría mis piernas. Bianca (hija) se hizo mayor y yo ya no era atractiva para esa edad en la que se vive en un remolino de sentimientos, yo era una simple inválida que en cierta forma la cansó.
Su padre, encontró un gran amor y tuvo tres hijos, o sea que dejé de ser su heroína. Con el tiempo se alejó, y con él una ilusión que creció oculta en este pobre corazón mío, que algún día me amara. Pero no fue su culpa, sino mi estúpida mente que creyó que toda su amabilidad pasaba por su alma; y la mía, que estaba desesperada por alguien a quien amar se confundió, enloqueció de soledades y también de necesidad.
Me sentí vacía, sola y desamparada, la muerte de mis padres agregó la última cuota de dolor, ésa que le hace a uno pensar qué sentido le queda a la vida. Tuve que buscar ayuda para poder seguir viviendo, al menos dignamente. Así fue que apreció en mi vida Jerónimo, un enfermero con un ímpetu increíble y al que creo le debo la vida, o lo que sea que se llame esto que me pasa en este lento transcurrir del tiempo. Lo consiguió una de las pocas amigas que me quedan y que me visita muy de vez en cuando, quizás en los momentos en que su conciencia la molesta con mi recuerdo. Ella se llama Isabel, nos conocemos desde los diez años y fue mi compinche hasta el accidente, luego se portó como una diosa en los primeros cinco o seis años, después creo que también se cansó. No la culpo, supongo que debe ser tedioso visitar a una amiga entre cuatro paredes y casi no tener de qué hablar, ya que lo que teníamos en común, salidas, bailes, muchachos, habían desaparecido.
Una tarde, Jerónimo me intimó para que saliera de mi pequeño departamento. Fuimos al parque y juro que el sol, el viento, las flores y los niños jugando, fueron un cachetazo a mi vida. Como en una película veía todo aquello que había perdido y todo lo que jamás podría hacer. Cuando el enfermero se dio cuenta de mi tristeza, se sentó en un banco de la plaza, a mi lado, y me preguntó:
––Sofía, qué te sucede, deberías estar contenta de poder sentir el sol en tu cara, disfrutar de este día maravilloso, ver que el mundo es algo más que ese departamento que te está matando.
––De eso no tengo dudas, el mundo es algo más que eso, pero a ese mundo si lo pudiera ver montada en dos piernas, te juro que lo disfrutaría más.
––Pensá en que estás viva Sofía, podrías haber muerto en ese accidente y con vos Bianca. Has dado vida, eso fue un milagro que todo el mundo te lo reconoce. Esa muchacha no sería quien es hoy si no fuera por vos. ¿Sabías que mañana a la noche baila en el ballet nacional junto a muchas de las hijas de quienes fueron tus compañeras en el teatro?
––Cómo habría de saberlo si ella ya no me visita.
––Querés que vayamos a verla, debuta como prima ballerina, de algún modo le has pasado tu arte.
––Su madre fue una excelente bailarina, lo ha heredado de ella, yo no tuve nada que ver.
––Yo no entiendo mucho sobre lo que ustedes hicieron, soy un simple enfermero, pero estoy convencido de que si vos llevás a una personita nueve meses en tu vientre, algo le debés pasar.
––Quién sabe, sobre el tema creo que aún estamos en pañales.
––No me has contestado, ¿querés que vayamos a verla?
––No lo sé, quizás a ella le incomode verme, hace más de cinco años que no me visita y te aseguro que lo que menos me interesa es volver a sufrir. El verla me va a traer miles de recuerdos hermosos con esa chiquilla a la que amé como a una hija. Tampoco tengo deseos de ver a su padre, ya que apenas consiguió a alguien que le diera hijos, se olvidó de mí. Lo mismo sucedió con los padres de Bianca, y pensar que yo confundí a su madre con la mía. Son tantas las cosas que me hacen doler el corazón, que te juro, no deseo removerlas.
––Como quieras, sólo lo dije porque creí que sería para vos un orgullo ver bailar a Bianquita, ella te debe su vida. Pero si no querés no vamos.
Volvimos a casa, yo con un humor terrible y él con la sensación de haber cometido una imprudencia. No quise que se fuera con ese sentimiento, así que lo invité a cenar y a ver una película hasta que llegara Sara, la mujer que me cuida de noche.
Mientras comíamos me enteré de algunas cosas de su vida que yo desconocía, por ejemplo que él nunca conoció a su madre, lo abandonó cuando tenía cuatro meses para irse con el dueño del bar en donde trabajaba. Lo crió su padre, un hombre bueno pero con ciertas adicciones que lo llevaron a morir a los cuarenta años, cuando él tenía tan sólo quince.
Con su relato me di cuenta que en cierto modo a él también le habían cortado las piernas, primero una, la derecha, o sea su madre y luego la otra. Pensé en la cantidad de formas en las que puede quedar inválida una persona y mucha de ellas pueden no ser precisamente físicas como la mía.
Él siempre quiso ser médico, según me contó, pero en ciertas oportunidades tenía ataques de pánico que lo anulaban para algunas prácticas, la enfermería era lo que más se le parecía y con gran esfuerzo pudo recibirse y dedicarse a aquello que no lo paralizara, como por ejemplo, cuidar inválidos, casi a parientes cercanos a él.
Esa noche no hubo películas, se creó entre nosotros un ambiente tan íntimo que nos llevó a contamos las más profundas miserias que nos acorralaban en una vida que a veces nos parecía carecer de sentido. Él se quedó con esa cuenta pendiente, no poder ser médico, y yo, jamás volver a pisar un escenario, entre otras tantas.
Cuando llegó Sara, se despidió de mí con su cara repleta de recuerdos y su mirada fija en un tiempo en el que quizás tampoco fue del todo feliz. No podía permitir que se fuera en ese estado, entonces me atreví a decirle que iríamos a ver bailar a Bianca, un desafío que me pareció que a él lo ayudaría. Le saque una sonrisa con mi determinación, y creo que eso fue lo que me dejó dormir en paz esa noche.
El día en el que la muchacha bailaba, le pedí a Sara que me acompañara a la peluquería, necesitaba estar bella para esa noche. Llegada la hora en la que Jerónimo me pasaría a buscar, yo estaba en mi silla de ruedas luciendo un vestido nuevo y también un nuevo peinado. Él se asombró al verme. Parecía un chico, se lo veía tan feliz que faltó poco para que me hiciera llorar. Estaba muy apuesto, al parecer él también había andado de compras.
Llegamos al teatro y me encontré con una gran sorpresa, había conseguido la primera fila, eso significaba que Bianca seguramente advertiría mi presencia. Mi corazón comenzó a latir como un caballo desbocado, no estaba muy segura de cómo ella reaccionaría, tuve miedo, mucho miedo. A dos butacas de diferencia, se encontraba el padre, que al verme se levantó y me saludó con ese mismo cariño que recordaba, me presentó a su esposa y le dijo: a ella le debo la vida de mi hija. Es Sofía, de quien tanto te he hablado.
La función estaba a punto de comenzar. Empezaron los primeros acordes, El Lago de los Cisnes, si lo habré bailado. Cuando ella apareció mi corazón dio un vuelco, sentí que era yo en esas zapatillas de punta. Estaba tan bella, no pude sujetar mis lágrimas cuando la vi dar los primeros pasos, era una gacela, una pluma al viento, etérea como creo que me veía yo cuando bailaba. Supe entonces que mis piernas habían ocupado el mejor lugar que se pueda pretender, estaban allí, danzando con esa niña que salió de mi vientre, que no era mi hija pero de quien me sentí su madre.
Al terminar la presentación, mi pequeña prima ballerina se acercó al público y dijo: ––se encuentra aquí presente, Sofía Velentte, la mejor bailarina de los últimos tiempos, pido para ella un fuerte aplauso y quisiera que suba a acompañarme en mi debut, a ella le debo la vida.
Jerónimo me subió al escenario y la gente se levantó a aplaudir coreando mi nombre, quizás algunos me recordaran o tal vez mi invalidez los conmovió, hoy no sabría decirlo, pero tampoco me importa, desde el accidente fue la noche más feliz de mi vida.
No volví a ver a Bianca, ella anda por el mundo mostrando su arte, es famosa y se lo merece. Cada éxito que consigue, lo siento como propio, porque estoy segura de que mis piernas se encuentran con ella recorriendo el mundo. ¡Ah! y por fin le pude encontrar sentido a la palabra "designio".
No hay comentarios:
Publicar un comentario