Cuántas veces nos hemos encontrado en medio de esta larga ruta, paralizados, tratando de hacer una retrospectiva de situaciones de vida o de la vida misma. Hoy, luego de varios derroteros, algunos rectos y otros sinuosos, con demasiadas paradas hechas, me pregunto si ese ejercicio valió la pena o sólo resultó ser el fruto de la desesperación y del hastío. Son esos análisis que hacemos creyendo que algo podemos cambiar o revertir. Los años pasan y nos transforman, pero a la ingenuidad en ese aspecto no la perdemos jamás.
Si algo he aprendido es que nunca al hacer esas evaluaciones tenemos la visión exacta de los hechos tal y como sucedieron, y la explicación es simple, mutamos a diario y no somos los de ayer ni seremos los de mañana. Entonces cometemos el eterno error de creer que las cosas pudieron ser distintas cuando las analizamos desde un presente que en absoluto va a reflejar la verdadera naturaleza del suceso y de cómo lo receptamos en ese tiempo, sencillamente porque lo miramos a través de un tiempo diferente. Somos eternos mutantes, segundo a segundo vamos cambiando inexorablemente, por lo que es imposible revolver el pasado buscando remediarlo.
Ese ejercicio sólo es fructífero cuando hemos dañado a alguien y de algún modo queremos enmendarlo. Ahora, no estemos muy seguros del resultado, puesto que el resto del mundo también muta y a veces el “sana, sana” no basta para corregir tropiezos. En fin, creo que no tiene demasiado sentido revolver los hechos pasados aunque algunos profesionales les den un peso específico y que luego de mucho tiempo y dinero terminen con la famosa máxima: “Tiene que aprender a convivir de la mejor manera posible con lo que le ha sucedido” o dicho en buen romance, caminá de la mano con tu desgracia o hacete amigo del problema.
Ese ejercicio sólo es fructífero cuando hemos dañado a alguien y de algún modo queremos enmendarlo. Ahora, no estemos muy seguros del resultado, puesto que el resto del mundo también muta y a veces el “sana, sana” no basta para corregir tropiezos. En fin, creo que no tiene demasiado sentido revolver los hechos pasados aunque algunos profesionales les den un peso específico y que luego de mucho tiempo y dinero terminen con la famosa máxima: “Tiene que aprender a convivir de la mejor manera posible con lo que le ha sucedido” o dicho en buen romance, caminá de la mano con tu desgracia o hacete amigo del problema.
A la vida la percibo como un conglomerado de burbujas que interactúan en cierto desorden, o al menos en un orden que aún hoy no entiendo, y en las que caemos por obra y gracia vaya a saber de quién. Cuántas veces hacemos cosas para tapar otras y de ese modo ocupamos lugares a los que azarosamente vamos a parar como consecuencia de nuestra desesperación.
A los hechos del presente los llevamos como podemos y a costa de dejar de lado, muchas veces, las ganas de hacer otras cosas. También a veces no lo llevamos, nos lleva a los patadones y sin ningún tipo de contemplación. Al futuro, deberíamos haber aprendido que ni siquiera le tenemos que dar ni un minuto de nuestras vidas, ya que raramente las cosas salen como las planeamos, puede que hayan excepciones, pero son las menos. No por casualidad se dice que “El hombre propone y Dios dispone” Dios, el destino, los vientos alisios o lo que sea que mueve los hilos de nuestras vidas.
No venimos con un manual bajo el brazo que nos diga cómo debemos vivir porque a decir verdad ni lo que nos enseñan nuestros mayores a veces nos sirve para navegar en los mares turbulentos de la vida. Alguien sabiamente dijo alguna vez que hay lugares en los que unos nadan y otros se ahogan, por lo que deberíamos saber que en un mismo lugar algunos triunfan y otros sucumben. Por más grande que sea el amor de nuestros padres, las experiencias son intransferibles porque somos seres únicos e irrepetibles, y no por repetido deja de ser cierto.
El paradigma de la vida es la vida misma, esa que pesa recorrer y a la vez que tantas satisfacciones nos da por momentos. Esa que en un minuto nos pone patas para arriba dejándonos sin aliento y lo que es peor, sin una guía de soluciones para afrontar las contingencias. El vademecum solamente existen para la ciencia o la técnica, jamás para la vida.
Sin necesidad de recurrir al famoso síndrome de catástrofe inminente, con los años, con los muchísimos años, aprendemos que lo único que cuenta es el hoy, cortito, chico, a veces deslucido, pero lo único real de la vida. Ese instante en el que sabemos fehacientemente que estamos.
Todo lo demás es entelequia, o dicho de otro modo, una simple paleta de colores que van desde el impoluto blanco hasta el sombrío negro, y en el medio, una gama infinita de matices en los que encerramos los recuerdos. Pude descubrir que la vida no es de color rosa, de color rosa son algunos recuerdos de los que hoy ni siquiera podría decir que correspondían a ese color. A veces se lo damos porque comparados a otros no pueden ser sino rosa.
Creo que el verdadero milagro se produce cuando al terminar el día seguimos vivos y podemos renacer al siguiente, intentando que transcurra sin tormentas. En ese universo personal estamos completamente solos y a ello debemos acostumbrarnos ya que lo que nos rodea es efímero, nunca estaremos seguros de nada, si nos descuidamos ni de nosotros mismos, cada instante es un desafío y cada día ni más ni menos que esas veinticuatro horas que a algunos les quedan cortas y otros agobia.
A mí me tocó galopar dentro de una de las tantas burbujas en la que jamás me sentí segura, creo que eso también le debe haber sucedido a muchos de los que les tocó galopar en las otras. No hablo de la seguridad en términos materiales que es como siempre se interpreta a esa palabra, sino en el sentido de saber que estoy parada en donde quiero, cuando quiero y el tiempo que quiero. Me di cuenta de que esa seguridad no existía, al menos para mí, cuando el primer viento fuerte y a pesar de mis esfuerzos, me llevó a lugares o a espacios no elegidos.
Advertí entonces que esa seguridad que yo reclamaba no sólo dependía de mí, ya que hubo miles de condicionamientos que movían las bases de mi existencia haciéndome sentir una burda marioneta del destino.
Según contara mi madre, nací un día lluvioso, opaco, triste, encima de noche y eso no bastó, nací de nalgas lo que significa que el primer regalito que le di a quien me trajo al mundo fue el dolor más grande de su vida. Para los que no lo saben, eso sucede cuando lo primero que asoma es la colita del bebé, que nace doblado o sea que destroza lo que encuentra en el camino. Digamos que fui primicia, pero mis hermanos le hicieron el mismo presente. Hoy me pregunto si ese día turbulento, o la noche, o lo primero que el mundo externo vio de mí al nacer marcaron mi futuro.
Es por eso que a veces a uno le cuesta arremeterle a la vida con optimismo, por ahí da miedo ser defraudado, entonces amanecemos pensando en el día gris que generalmente nos acompaña, y si por ventura llega a salir el sol lo festejamos doblemente.
Es por eso que a veces a uno le cuesta arremeterle a la vida con optimismo, por ahí da miedo ser defraudado, entonces amanecemos pensando en el día gris que generalmente nos acompaña, y si por ventura llega a salir el sol lo festejamos doblemente.
Una vez un optimista me dijo “Si en la vida andás de culo, todas las jeringas te apuntan” y capaz que sea cierto pero cuando me aguijonean no me sorprendo. Quizás dentro de esas tormentas, la postura adoptada me de esa seguridad que reclamo y que muchos critican, pero juro que lo hago en defensa propia.
Muchas veces intenté cambiarlo, abrí la ventana por la mañana buscando el sol y me encontré con nubes en el cielo, en otras me sorprendía ya que hubiese jurado que estaba lloviendo y sin embargo había un sol radiante que me acariciaba el alma.
Y al final la vida tal vez no sea más que eso, una suma de inesperadas situaciones que la hacen hasta exótica si nos paramos en la vereda de los optimistas y caótica si la veo desde la mía, pero que ando de culo, no hay dudas.
Para no dar una falsa imagen, no se crean que soy depresiva, muy por el contrario, sin ser una mujer “pum para arriba”, vivo festejando esos instantes en los que el sol sale, en los que la luna brilla haciéndome recordar las rondas juveniles de cantos y guitarras, cuando un nieto se me acerca y me dice “Abu, quiero gatita” cuando pide galletita o cuando alguno de mis hijos me invita al parque para jugar con los niños en la “caselita” que sería la calesita para mi adorado Bautista o cuando le pregunto a Guillermina si es una nena feliz y ella gritando me contesta "siiiiiiiiiiiiii". Simplemente me di cuenta que en lugar de seguir perdiendo el tiempo, tengo que tomar al tiempo y estrujarlo hasta no dejarle una gota de vida, de mi vida, esa que me concedieron una noche lluviosa y a la que no puedo seguir analizando porque llegué a la conclusión de que ese minuto que pierdo en hacerlo no lo voy a recuperar jamás. Así que: agujas apunten para otro lado que no me voy a dejar “vacunar”. Y EL DÍA QUE ME MUERA, VA A SER VIVIENDO....
Siempre me sorprende tus publicaciones por la contundencia de tus palabras, la habilidad de hacerme enganchar hasta tu ultima palabra y esa profunda sensatez siempre presente!! Me encanto!! Viniste al mundo con un don maravilloso!!������
ResponderEliminarGracias mil!!!!!!
ResponderEliminarGracias a ustedes por leer mis vivencias. Hoy retomo este blog y no sé hasta cuando, pero en el mientras tanto estaremos en contacto. Abrazos desde el alma.
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