Corría el año mil ochocientos setenta y
dos, cuando nacía en seno de una de las familias más ricas del país, Asunción
Pilar Joaquina, el primer nombre por la madre y los restantes por las abuelas.
Sus padres habían llegado a Argentina cinco años antes con dos varones nacidos
en España.
En
la casa trabajaba una mulata que había parido un mes antes que su patrona. Al
muchachito lo llamaron Jesús y desde su nacimiento fue bello como pocas veces
se había visto a niño alguno entre la servidumbre de la zona. Él era del color
del cobre y sus ojos, dos esmeraldas. La explicación de este resultado, nunca se supo si fue porque su abuelo era un marino alemán que preñó a su abuela y desapareció, o Jesús era el hijo de algún gringo que abusaba de las mujeres como si fueran animales.
Si bien la familia era de alcurnia, con mañas propias de su clase, se caracterizaron por tratar a la gente que trabajaba en la casa de un modo muy amable y generoso.
Si bien la familia era de alcurnia, con mañas propias de su clase, se caracterizaron por tratar a la gente que trabajaba en la casa de un modo muy amable y generoso.
Los
niños crecieron juntos y se trataban como hermanos. En muchas oportunidades,
cuando don Edmundo salía de cacería, cargaba a Asunción y a Jesús en la carreta
y partían hacia la región pampeana haciendo del viaje una verdadera aventura
para los muchachos.
Los
padres de Jesús eran oriundos del Uruguay, y cuando Jesús cumplió los
diecisiete años, debieron regresar a su país a raíz de un grave problema familiar.
Asunción sufrió como si hubiera perdido a un hermano. Los pronósticos de un
pronto regreso eran muy lejanos y la muchacha debió continuar su vida sin ese
compinche al que extrañó desde el momento mismo en el que partió.
A los veintiún años, la muchacha, obligada
por su padre, contrajo matrimonio con el hijo de uno de los mayores
terratenientes del país. Nunca se supo o al menos jamás se habló en la familia,
sobre cuál había sido el motivo por el que don Edmundo había cometido semejante
torpeza.
Si
bien la muchacha era respetuosa de los deseos de sus padres, esta decisión no
la aceptó con mucho agrado, y peor le resultó la cuestión cuando conoció al
elegido.
Le
llevaba más de diez años y su aspecto no era precisamente el que su corazón
había ideado de ese hombre con el que pasaría el resto de su vida y sería el
padre de sus hijos.
A
la boda fue invitada la familia de Jesús, ellos no podían quedar al margen ya
que querían al muchacho como a un hijo. El matrimonio estaba compuesto
Margarita, Paulo, y su único hijo Jesús. Paulo era un napolitano tanto o más
apuesto que su hijo, y de esa mezcla de razas nació el muchacho que sorprendió
con su llegada, ya que se había convertido en un hombre tan hermoso que
provocaba la mirada de todas las muchachas que asistieron a la fiesta.
Cuando
Asunción lo vio, no pudo menos que confrontar su visión con la del hombre que
tenía al lado, o sea su marido. Pasaron cinco años sin verse, y fueron esos
años los que esculpieron a un hombre de una estampa casi sobrenatural.
Bastó
que se miraran para que corrieran a darse ese abrazo que ambos añoraron durante
la larga ausencia. Ella sintió morir en esos brazos, y él no podía alejarla de
su pecho. El mundo desapareció y como en una escena mágica y sacada de
contexto, temblaron de emoción y también de desconsuelo.
Jamás
se habían planteado algo más que una amistad, se sentían familia y creyeron
amarse como tal. Pero sucedió algo que ninguno de los dos podía explicar y que
advirtió rápidamente Margarita, quien los trajo al mundo real casi a las
zamarreadas.
Al
parecer nadie, salvo la mujer, se había dado cuenta de lo sucedido. La fiesta
continuó por varias horas, sin embargo, ellos, presos de una situación que
ninguno había buscado, estaban en otra dimensión, trataban de entender lo
sucedido, pero no había explicación, todo iba más allá de la razón.
Cuando
llegó el tiempo de la partida de los novios hacia el lugar a donde pasarían la
noche de bodas, Jesús se retiró a su antiguo cuarto y lloró. Esa mujer, su
amiga, su hermana, sin proponérselo, le acababa de clavar una daga en su corazón, provocándole
una herida que sintió, jamás sanaría.
Asunción
lo conocía demasiado, y al no verlo entre la gente que la despedía, se excusó
con el pretexto de buscar un pequeño maletín que había olvidado en su cuarto y
fue en busca de Jesús, sabía en donde encontrarlo.
Les
bastó verse para claudicar, ninguno de los dos estaba dispuesto a renunciar a
ese sentimiento nacido de la más pura inocencia. Y fue allí en donde se forjó
el plan que los llevaría a ser amantes sin sospechas por más de quince años.
Asunción
tuvo siete hijos, y rogaba a Dios que ninguno la delatara, ya que jamás supo de
quién eran los niños, si de su marido o de Jesús. Cada parto para ella era
terrible; hasta que no veía a los pequeños, no se quedaba tranquila. Al parecer
todo iba de maravillas, los muchachitos no tenían huellas de la sangre negra
que portaba Jesús.
Los
años pasaban y ellos se amaban cada día con más pasión, se veían a escondidas,
en lugares seleccionados cuidadosamente para no ser descubiertos. Ella
sobrellevaba mejor la situación, tenía un hogar, hijos y un marido que la tenía
como a una princesa; hasta llegó a quererlo un poco. Para Jesús fue distinto,
jamás se casó. Sus ojos, su corazón, su alma, no veían más que a su amada
Asunción, y el solo hecho de pensar que alguno de sus hijos fuera también suyo,
lo ató irremediablemente a una mujer que jamás sería suya ante los ojos del
mundo. En medio de sus largas borracheras, tuvo relaciones casuales con
muchachas de la finca, sin tomar conciencia de los riesgos que corría. Eso
sucedía cuando Asunción partía a Europa acompañando a su marido en viajes de
negocios.
Como
Margarita era una experta en los vericuetos de la vida, no tardó en darse
cuenta de lo que estaba sucediendo, no obstante, le costó encontrar el modo de encarar
a la muchacha, ya que la amaba y no deseaba herirla. Pensó en hablar con Jesús,
pero en vista de que el muchacho se estaba enfermando de tanto amor, prefirió
recurrir a quien aparentaba más fortaleza.
Luego
de la boda la familia regresó al Uruguay y Jesús no quiso dejar a su amada, así
que se quedó trabajando en uno de los campos de don Edmundo. Margarita
descubrió que eran amantes en un viaje en el que visitó a su hijo y pudo
comprobar con sus propios ojos las miradas del amor que se profesaban. En un
principio no sabía cuán lejos habían llegado, pero ni bien nació el segundo
hijo varón de Asunción, se dio cuenta de lo que nadie había advertido. Manuel
era el calco de Jesús cuando nació, si hasta los ojos había heredado del
muchacho. Pero como el marido de Asunción era gringo, ese color esmeralda no
llamó la atención.
Cada
nacimiento era presenciado por Margarita. Con el pretexto de su cariño por la
muchacha, asistía a las comadronas. Ella y Asunción, esperaban con la misma
ansiedad ese primer encuentro con la criatura, y al ver a los niños blancos
como la nieve, respiraban profundo, y rogaban que no viniesen más descendientes
a la familia.
Luego
del séptimo hijo, Margarita se decidió a hablar y encontró por parte de
Asunción una comprensión que la sorprendió. Hablaron de mujer a mujer,
descarnadamente. La muchacha le confesó el amor que sentía por su hijo y la
imposibilidad de romper con ese vínculo, ya que era lo único que la mantenía
viva. Le contó que cada vez que su marido se le arrimaba, ella de inmediato
recurría a la imagen de Jesús, de otro modo no sabía si tendría las fuerzas
suficientes para cumplir con sus deberes maritales. Pero la conversación
culminó con algo que a Asunción le desquició el alma, y fue cuando Margarita le
dijo que Jesús tenía dos hijas mujeres nacidas de esas relaciones casuales, y
luego agregó: –¿ha pensado mi niña, y ruego que Dios así no lo quiera, que
algunos de sus muchachos se enamore de alguna de sus medias hermanas?, ¿o que
quizás sea que alguno de sus hijos tenga una niño negro y que no pueda
explicar el motivo?–.
Para
Jesús y Asunción sólo era concebible el hoy, el día a día, todo lo demás para
ellos era una quimera. Sin embargo, lo expresado por Margarita la estampó ante
una realidad que la sujetó a este mundo del modo más cruel que alma alguna se
pudiera haber imaginado.
Él
murió en 1912 y ella en 1918, y según se cuenta, sus almas nunca pudieron
descansar en paz, quedaron ancladas en esta tierra. La de él, que jamás se
enteró de aquella conversación entre su madre y Asunción, dicen que deambula
cuidando a su amada, y la de ella, vigilando que no suceda lo que vaticinó
Margarita.
Mientras ellos seguían con sus menesteres,
en el mundo de los vivos pasó lo que Asunción no pudo evitar, su
hijo mayor se casó con una de las hijas de Jesús, y su única hija mujer tuvo un
solo hijo, negro con ojos color esmeralda. Fue abandonada por su marido al que
jamás pudo darle una explicación racional sobre lo sucedido, aunque algunos
dicen que muy en el fondo de su corazón siempre sospechó sobre aquella historia
que se secreteaba en la sociedad intolerante de esos tiempos. Ésa fue la primera de las decenas de tragedias que se sucedieron en esa y otras familias. Amores puros que lamentablemente nacieron a la sombra de tiempos turbulentos, marcaron a esa sociedad que poco a poco se fue rindiendo a una realidad contra la que nadie pudo luchar. De ese crisol de razas nacieron hermosas criaturas que poco a poco fueron redimiendo prejuicios tan absurdos como el color de la piel.
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