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domingo, 9 de abril de 2017

CUANDO EL CORAZÓN SUPERA A LA RAZÓN

                                        amor cosmico
Corría el año mil ochocientos setenta y dos, cuando nacía en seno de una de las familias más ricas del país, Asunción Pilar Joaquina, el primer nombre por la madre y los restantes por las abuelas. Sus padres habían llegado a Argentina cinco años antes con dos varones nacidos en España.
En la casa trabajaba una mulata que había parido un mes antes que su patrona. Al muchachito lo llamaron Jesús y desde su nacimiento fue bello como pocas veces se había visto a niño alguno entre la servidumbre de la zona. Él era del color del cobre y sus ojos, dos esmeraldas. La explicación de este resultado, nunca se supo si fue porque su abuelo era un marino alemán que preñó a su abuela y desapareció, o Jesús era el hijo de algún gringo que abusaba de las mujeres como si fueran animales.
Si bien la familia era de alcurnia, con mañas propias de su clase, se caracterizaron por tratar a la gente que trabajaba en la casa de un modo muy amable y generoso.
Los niños crecieron juntos y se trataban como hermanos. En muchas oportunidades, cuando don Edmundo salía de cacería, cargaba a Asunción y a Jesús en la carreta y partían hacia la región pampeana haciendo del viaje una verdadera aventura para los muchachos.
Los padres de Jesús eran oriundos del Uruguay, y cuando Jesús cumplió los diecisiete años, debieron regresar a su país a raíz de un grave problema familiar. Asunción sufrió como si hubiera perdido a un hermano. Los pronósticos de un pronto regreso eran muy lejanos y la muchacha debió continuar su vida sin ese compinche al que extrañó desde el momento mismo en el que partió.
A los veintiún años, la muchacha, obligada por su padre, contrajo matrimonio con el hijo de uno de los mayores terratenientes del país. Nunca se supo o al menos jamás se habló en la familia, sobre cuál había sido el motivo por el que don Edmundo había cometido semejante torpeza.  
Si bien la muchacha era respetuosa de los deseos de sus padres, esta decisión no la aceptó con mucho agrado, y peor le resultó la cuestión cuando conoció al elegido.
Le llevaba más de diez años y su aspecto no era precisamente el que su corazón había ideado de ese hombre con el que pasaría el resto de su vida y sería el padre de sus hijos.
A la boda fue invitada la familia de Jesús, ellos no podían quedar al margen ya que querían al muchacho como a un hijo. El matrimonio estaba compuesto Margarita, Paulo, y su único hijo Jesús. Paulo era un napolitano tanto o más apuesto que su hijo, y de esa mezcla de razas nació el muchacho que sorprendió con su llegada, ya que se había convertido en un hombre tan hermoso que provocaba la mirada de todas las muchachas que asistieron a la fiesta.
Cuando Asunción lo vio, no pudo menos que confrontar su visión con la del hombre que tenía al lado, o sea su marido. Pasaron cinco años sin verse, y fueron esos años los que esculpieron a un hombre de una estampa casi sobrenatural.
Bastó que se miraran para que corrieran a darse ese abrazo que ambos añoraron durante la larga ausencia. Ella sintió morir en esos brazos, y él no podía alejarla de su pecho. El mundo desapareció y como en una escena mágica y sacada de contexto, temblaron de emoción y también de desconsuelo.
Jamás se habían planteado algo más que una amistad, se sentían familia y creyeron amarse como tal. Pero sucedió algo que ninguno de los dos podía explicar y que advirtió rápidamente Margarita, quien los trajo al mundo real casi a las zamarreadas.
Al parecer nadie, salvo la mujer, se había dado cuenta de lo sucedido. La fiesta continuó por varias horas, sin embargo, ellos, presos de una situación que ninguno había buscado, estaban en otra dimensión, trataban de entender lo sucedido, pero no había explicación, todo iba más allá de la razón.
Cuando llegó el tiempo de la partida de los novios hacia el lugar a donde pasarían la noche de bodas, Jesús se retiró a su antiguo cuarto y lloró. Esa mujer, su amiga, su hermana, sin proponérselo, le acababa de clavar una daga en su corazón, provocándole una herida que sintió, jamás sanaría.
Asunción lo conocía demasiado, y al no verlo entre la gente que la despedía, se excusó con el pretexto de buscar un pequeño maletín que había olvidado en su cuarto y fue en busca de Jesús, sabía en donde encontrarlo.          
Les bastó verse para claudicar, ninguno de los dos estaba dispuesto a renunciar a ese sentimiento nacido de la más pura inocencia. Y fue allí en donde se forjó el plan que los llevaría a ser amantes sin sospechas por más de quince años.
Asunción tuvo siete hijos, y rogaba a Dios que ninguno la delatara, ya que jamás supo de quién eran los niños, si de su marido o de Jesús. Cada parto para ella era terrible; hasta que no veía a los pequeños, no se quedaba tranquila. Al parecer todo iba de maravillas, los muchachitos no tenían huellas de la sangre negra que portaba Jesús.
Los años pasaban y ellos se amaban cada día con más pasión, se veían a escondidas, en lugares seleccionados cuidadosamente para no ser descubiertos. Ella sobrellevaba mejor la situación, tenía un hogar, hijos y un marido que la tenía como a una princesa; hasta llegó a quererlo un poco. Para Jesús fue distinto, jamás se casó. Sus ojos, su corazón, su alma, no veían más que a su amada Asunción, y el solo hecho de pensar que alguno de sus hijos fuera también suyo, lo ató irremediablemente a una mujer que jamás sería suya ante los ojos del mundo. En medio de sus largas borracheras, tuvo relaciones casuales con muchachas de la finca, sin tomar conciencia de los riesgos que corría. Eso sucedía cuando Asunción partía a Europa acompañando a su marido en viajes de negocios.
Como Margarita era una experta en los vericuetos de la vida, no tardó en darse cuenta de lo que estaba sucediendo, no obstante, le costó encontrar el modo de encarar a la muchacha, ya que la amaba y no deseaba herirla. Pensó en hablar con Jesús, pero en vista de que el muchacho se estaba enfermando de tanto amor, prefirió recurrir a quien aparentaba más fortaleza.
Luego de la boda la familia regresó al Uruguay y Jesús no quiso dejar a su amada, así que se quedó trabajando en uno de los campos de don Edmundo. Margarita descubrió que eran amantes en un viaje en el que visitó a su hijo y pudo comprobar con sus propios ojos las miradas del amor que se profesaban. En un principio no sabía cuán lejos habían llegado, pero ni bien nació el segundo hijo varón de Asunción, se dio cuenta de lo que nadie había advertido. Manuel era el calco de Jesús cuando nació, si hasta los ojos había heredado del muchacho. Pero como el marido de Asunción era gringo, ese color esmeralda no llamó la atención.
Cada nacimiento era presenciado por Margarita. Con el pretexto de su cariño por la muchacha, asistía a las comadronas. Ella y Asunción, esperaban con la misma ansiedad ese primer encuentro con la criatura, y al ver a los niños blancos como la nieve, respiraban profundo, y rogaban que no viniesen más descendientes a la familia.
Luego del séptimo hijo, Margarita se decidió a hablar y encontró por parte de Asunción una comprensión que la sorprendió. Hablaron de mujer a mujer, descarnadamente. La muchacha le confesó el amor que sentía por su hijo y la imposibilidad de romper con ese vínculo, ya que era lo único que la mantenía viva. Le contó que cada vez que su marido se le arrimaba, ella de inmediato recurría a la imagen de Jesús, de otro modo no sabía si tendría las fuerzas suficientes para cumplir con sus deberes maritales. Pero la conversación culminó con algo que a Asunción le desquició el alma, y fue cuando Margarita le dijo que Jesús tenía dos hijas mujeres nacidas de esas relaciones casuales, y luego agregó: –¿ha pensado mi niña, y ruego que Dios así no lo quiera, que algunos de sus muchachos se enamore de alguna de sus medias hermanas?, ¿o que quizás sea  que alguno de sus hijos tenga una niño negro y que no pueda explicar el motivo?–.
Para Jesús y Asunción sólo era concebible el hoy, el día a día, todo lo demás para ellos era una quimera. Sin embargo, lo expresado por Margarita la estampó ante una realidad que la sujetó a este mundo del modo más cruel que alma alguna se pudiera haber imaginado.
Él murió en 1912 y ella en 1918, y según se cuenta, sus almas nunca pudieron descansar en paz, quedaron ancladas en esta tierra. La de él, que jamás se enteró de aquella conversación entre su madre y Asunción, dicen que deambula cuidando a su amada, y la de ella, vigilando que no suceda lo que vaticinó Margarita. 
Mientras ellos seguían con sus menesteres, en el mundo de los vivos pasó lo que Asunción no pudo evitar,  su hijo mayor se casó con una de las hijas de Jesús, y su única hija mujer tuvo un solo hijo, negro con ojos color esmeralda. Fue abandonada por su marido al que jamás pudo darle una explicación racional sobre lo sucedido, aunque algunos dicen que muy en el fondo de su corazón siempre sospechó sobre aquella historia que se secreteaba en la sociedad intolerante de esos tiempos. Ésa fue la primera de las decenas de tragedias que se sucedieron en esa y otras familias. Amores puros que lamentablemente nacieron a la sombra de tiempos turbulentos, marcaron a esa sociedad que poco a poco se fue rindiendo a una realidad contra la que nadie pudo luchar. De ese crisol de razas nacieron hermosas criaturas que poco a poco fueron redimiendo prejuicios tan absurdos como el color de la piel.

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