Conocí a Jerónimo en la selva Misionera, una eternidad antes de que él me hiciera esta confesión. Hijo de Arandu, un indígena de la tribu de los guaraníes. Era apuesto como pocos hombres he vistos en mi vida y nos unió una mistad sincera durante la que me hizo amar a su selva y a todos esos misterios que la rodean. Luego de años me declaró su amor y lo acepté, casi sin pensarlo.
Por esos tiempos andaba revoloteándome Santiago, un ser amoroso que me hizo compañía en los peores momentos de mi vida, pero siempre lo vi como un amigo aunque conocía sus intenciones.
Esta nueva relación me hizo sentir, en un comienzo, extraña. No sabía cuál iba a ser mi destino junto a Jerónimo. Pensé que aparecerían renunciamientos necesarios, adecuaciones imprescindibles, reconstrucción de mi vida social y otras tantas cosas que a uno se le ocurren frente a lo inesperado.
Debo reconocer que por momentos entré en pánico, pensando que para que Jerónimo se sintiera cómodo, yo debía dar un giro en mi vida al que no estaba muy segura de poder adaptarme rápidamente, soy contadora y en la aldea en donde él vive, no hay demasiado por hacer.
La primera sorpresa me la llevé, cuando a los pocos días de comenzar nuestra relación, él consiguió un trabajo en mi ciudad, Victoria. Cuando me lo comunicó, tuvimos una conversación de la cual saqué toda esa confianza y paz que necesitaba para sentirme tranquila con mi elección.
–Eugenia, vengo a decirte que conseguí trabajo en esta ciudad.
–¿Y qué vas a hacer con todo eso a lo que te habías comprometido en Misiones? Quién va a pedir por la planificación de la tala que desnudó a la selva, por el agua que ya no existe porque el hombre cambió su rumbo, por lo animales que se extinguen porque huyen o los matan, en fin, por esa tierra que era el paraíso prometido, morada de los espíritus y de nuestros ancestros.
–Nada va a cambiar, sólo que para allá iré cuando me necesiten. Nadie es imprescindible y menos cuando algo surge de las necesidades del espíritu. Mi pueblo tiene todo demasiado claro como para que ausencias modifiquen esas conductas nacidas y heredadas de nuestros mayores y de de las penurias que sufrimos por siglos.
–Yo ya me había hecho a la idea de que te tenía que acompañar a tu pueblo y que nos instalaríamos allá.
–¿Cómo te pensás que voy a pedirte que abandones tu carrera?
–La podría haber ejercido en Misiones.
–No Eugenia, muchas veces me has contado lo duro que te fue hacerte del reconocimientos que hoy tenés por parte de esta comunidad y nunca podría ser tan egoísta como para pedirte que abandones todo por mí. Mi padre me enseñó que en el verdadero amor se deben conjugar los cuatro elementos de la naturaleza. El día que te conocí, estabas atormentada por la muerte de mi padre y por otras tantas cosas que luego me diste la posibilidad de conocer. Percibí esa necesidad que tenías de volar pero lamentablemente lo hacías en medio de borrascas. Cuando tuve la posibilidad de llevarte a la selva para calmar tus ansias y darle claridad a tu mente, me di cuenta que yo podía ser ese aire calmo que necesitabas para no entorpecer tu vuelo. Desde ese momento, me convertí en el guardián de tus céfiros.
–¿Por qué no me dijiste en esos momentos lo que sentías por mí?
–Estabas muy confundida, y yo no podía entorpecer ese estado que muchas veces es el que precede a la claridad. Sos una de las pocas personas que finalmente la han logrado. Es por eso que habiendo conseguido salir de esa maraña en la que estabas atrapada, me diste el valor para animarme a hablarte. ¿Recordás que mi tierra se convirtió para vos en ese espacio en donde lograbas la calma para encontrar muchas veces esas respuestas que te eran negadas?, a ese espacio lo construí para vos. Lo cuidé de extraños para que sólo tu energía flotara en ese ambiente, cosa que cuando regresaras, te sintieras como en casa. Quisiera ser esa brisa suave que te aquiete en las tempestades…
–Lo sos Jerónimo, de eso no me caben dudas.
–También aprendí a ser el agua que te calmara los ardores de tu alma y de todos esos problemas que fueron caprichosamente apareciendo en tu vida. El espíritu muta y muchas veces se convierte en el espejo de las necesidades de nuestros seres amados. Tu capacidad de ver esas mutaciones, me hizo convencer de que iba por buen camino. El agua es la savia de la madre tierra, es la que recorre sus venas y palpita con el ritmo de su espíritu para mostrarnos a diario las venturas legadas por los dioses para todos los seres vivientes que la habitan. De a poco comencé a sentir la profunda e inevitable necesidad de recorrer tu cuerpo con esa suavidad con que es recorrida la tierra. Necesité también ser necesitado, lo que sucedió fue que por esos tiempos no sabía de qué modo me necesitabas.
Puro amor o amor puro, no sé cual de las dos define lo que brotaba del alma de Jerónimo. Fue en ese preciso momento en el que me enamoré de él, no fue un amor a primera vista, fue un amor a primer impacto de nuestras esencias.
Nadie había logrado con tanta facilidad exponerme a carne viva y que eso no me doliera ni me avergonzara, que sintiera que la gracia era eso, el signo inconfundible de mi filiación con Dios.
–Pero mi confusión pasó hace mucho tiempo, ¿por qué esperaste tanto?
–Porque también quise ser la tierra en donde con pasos firmes fueras a donde quisieras, sintiéndote tan libre como si volaras. Necesitaba ser ese refugio en el que encontraras la paz, necesitaba que cuando el cansancio te doblegara, supieses que siempre existiría un rincón en donde podrías descansar de lo pesares. En silencio pretendí ser todo eso, sin pretensiones, sin aferrarme a una ilusión, pero con el tiempo sucedió algo maravilloso y eso fue lo que me determino a hablarte sobre lo que siempre he sentido por vos. En uno de tus últimos viajes, cuando compartimos esa carpa como tantas veces lo hicimos, sucedió lo que esperé por muchos años. Hasta ese momento, todo era sublime, celestial, virtuoso, mi alma se encontraba con la tuya y podíamos danzar bajo las estrellas con la inocencia de los niños. Esa noche me hice hombre a tu lado, un fuego abrazador penetró mi alma y por primera vez vi a esa mujer a la que había esperado durante toda mi vida, esa que encendiera la esperanza y que a la vez supiera atemperar el fuego cuando se necesitaba calma. No sabía cómo congelar mi esencia para que no te dieras cuenta de lo que estaba sintiendo, quería corroborar que tu corazón estuviera tan disponible como lo estuvo mío, porque ya en esos momentos pasó a pertenecerte definitivamente. De eso hace demasiados años. Por algún tiempo temí por tus ausencias prolongadas, temí perder la oportunidad de al menos decirte lo que me estaba pasando. Pero ese hijo tuyo, nacido de una pasión llena de urgencias, ese que fuiste capaz de salvar con todo el amor que estallaba en las entrañas, ése por el que has vivido todo este tiempo, sintió la necesidad de devolverte lo que él llamó “una nueva oportunidad”, porque ninguno de los dos sabíamos que pasaba en ese corazón tan castigado y tantas veces humillado.
–Pero entonces porqué Manuel invitó también a Santiago a esa cena. Podrías haber corrido el riesgo de perderme definitivamente si es que yo le daba una oportunidad a él. Te aseguro que estaba dispuesto a pedirme matrimonio.
–De eso se trata este amor y justamente a esto quería llegar con todo lo que te he dicho, así como es de poderoso, también es eternamente generoso. Pero te voy a decir algo, cuando se dan los cuatro elementos entre dos personas, cuando sentís que junto al otro sos aire, tierra, agua y fuego y los cuatro convergen en ese río que es la vida, difícilmente esas almas tomen rumbos diferentes, y si así lo hicieran, ese generoso sentimiento que te da el amor puro, es el que te dice que esa alma jamás fue tuya, que quizás te equivocaste y que deberás seguir buscando. Eugenia, han pasado muchos años desde que nos conocimos, ya no somos tan jóvenes como lo éramos por esos entonces, la vida nos ha sacudido en este tiempo de mil maneras, pero creeme cuando te digo que eso no basta para desbaratar los sueños. Si lo nuestro no llegase a ser lo que hoy te prometo, nada nos atará para seguir buscando, no nos resignaremos a nada, porque la resignación es el justo sentimiento antítesis del amor.
En ese gran círculo que fue mi vida, quedaron amalgamados cada uno de mis sentimientos. Crecí bajo la luz de grandes maestros cuyas enseñanzas me llevaron por senderos de espinas a la recta final.
Hoy estoy al lado de un hombre que en ningún momento desde que lo conocí, me ha dejado faltar el aire en el que puedo desplegar mis alas sin temor a perderme en recónditos lugares que me impidan volver a mi hogar, ese hogar en donde terminó de hacerse hombre mi hijo y yo mujer. Jamás me dejó faltar el agua que me purifica cada noche y me despeja en cada amanecer, la que me trae claridad en mis momentos de desasosiego y frescura cuando en mi alma se instala algún dolor. Tampoco me dejó faltar esa tierra en la que piso para estar segura, a la que vuelvo luego de recorrer mis sueños, y en la que siempre están mis dos amores, esos que me hicieron sentir, cada uno a su modo, mujer. Y finalmente, en este año en el que somos pareja, nunca me faltó ese fuego que se enciende cuando miro la profundidad de sus ojos y se apaga cuando el remanso nos llama a acariciarnos el alma.
Si bien estamos juntos desde no hace mucho tiempo, siento que siempre lo tuve a mi lado, sólo que me costó despertarme del letargo que mi corazón me impuso por las tantas cicatrices que a pesar de mis esfuerzos, tardaban en curar. Hoy puedo decir que soy inmensamente feliz al lado de un hombre que conjuga todos los elementos de un amor verdadero.
Hermosa relación entre el amor y el chamanismo, me encantó por lo que a mi realidad se refiere es el mejor relato tuyo que he leído. Manifiesta la alquimia de los elementos conectados entre la naturalexa humana y la pachamama. Genial! Gracias Amanda.
ResponderEliminarGracias Shion por tus comentarios, para mí también es uno de mis preferidos.
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